Los ojos de una nena
En su segundo largometraje, So Yong Kim despliega la madurez suficiente como para abordar el mundo infantil (según se nos dice, parte de su propio pasado) con la distancia justa para mostrarnos las alegrías y las penas de una nena de 6 años y su hermana menor. Todo se reduce al mundo de estas chicas: el espacio por el que circulan, las experiencias, los juegos, las explicaciones de por qué ocurren las cosas a su alrededor. Como espectadores no sabemos, por ejemplo, adónde va exactamente la madre cuando decide dejar a sus hijas con su cuñada durante unos días, ni qué piensa hacer. Como adultos sabemos, a diferencia de las protagonistas, que si bien la madre promete que va a volver cuando las chicas hayan llenado su alcancía de monedas, eso no quiere decir que ella vaya a aparecer de pronto porque el chanchito esté lleno.
Hay algo mágico y a la vez triste en la forma en que la directora nos acerca al pensamiento de esas chicas en el detalle de la alcancía. Podemos ver sus ojos llenos de ilusión, escuchar sus palabras que siguen una lógica infantil, sentir la añoranza por su madre, pero a la vez sabemos que el mundo es un poco más cruel que eso.
De la misma forma, la cámara de So Yong Kim se mantiene prácticamente a lo largo de toda la película a la altura de los ojos de las nenas. Lo que vemos lo vemos desde su perspectiva. La cámara mira desde abajo al mundo de los adultos y en más de una ocasión de la gente grande no alcanzamos a ver más que las manos y los hombros. La lógica de la puesta en escena parece reducida al metro de altura. Pero, de nuevo, es la sinceridad con la que se mira desde ese lugar la que hace atractiva esta película y le presta el encanto que tienen sus actrices protagonistas.
Como buena parte del cine "de autor" de hoy en día, Los senderos de la vida presenta algunas características ineludibles: es más descriptivo que narrativo, maneja mucho los silencios, tiene una estructura abierta de episodios que se acumulan, no cierra sentidos de forma clara, no termina de explicar su trama. Pero la sinceridad de cada plano de So Yong Kim, la forma perfecta pero vital con que maneja la cámara alcanzan para justificar la cantidad de premios que ha ganado con apenas dos largometrajes (su ópera prima, In between days, ganó el premio a la mejor película en la novena edición del Bafici).
Aunque más no fuera, vale la pena ver Los senderos de la vida por el trabajo perfecto de sus dos protagonistas, dos nenas coreanas que, gracias a la directora, vibran en la pantalla con sus pequeños gestos, su ternura y su inocencia.