Acción Reacción
Olacapato se encuentra en Argentina. Más precisamente a unos 4.000 metros sobre el nivel del mar. En Olacapato se vive esa realidad que no tiene prensa, que no cobra estado mediático porque no es atractiva en términos televisivos. No pasa nada, pero pasa. Allí, se intenta pensar en el futuro desde la enseñanza en un aula compartida por varios grados y al frente de esta tarea titánica se encuentra Salomón Ordóñez, algo más que un director de escuela y docente, quien ha decidido entregar su cuerpo y horas a la enseñanza a cambio de no estar con su familia. Salomón tiene por alumnos a chicos que van de cuarto a séptimo grado, domina la escena con su paciencia, voz calmada, y procura entusiasmar con el aprendizaje de cosas nuevas, sin apelar a la didáctica aburrida.
Como esos viejos directores de escuela, conoce los nombres de cada alumno y alumna, los rostros a veces asombrados, otras cansados, y dedica la misma atención sin hacer distinción alguna. “Señor nene”, dice frente a cámara cuando observa que un alumno dispersa al resto y da la sensación que eso no forma parte de la espontaneidad, que la cámara atenta del director Marcelo Burd busca desde la difícil distancia del observador.
La cotidianidad de la comunidad de Olacapato ocupa el núcleo de Los sentidos y lo hace en un primer plano desde las problemáticas más urgentes como la relación desigual entre trabajadores de una empresa minera que no reciben ni una tajada de la riqueza extraída, la postergación de todo, incluido internet, transporte y un tren que ya no pasa por ese pueblo, antes vehículo no sólo de transporte sino de sustento de economías primarias. Familias que recuerdan y transmiten anécdotas de tiempos mejores a los más chicos, como esas frases de una copla que arrastra el viento. Pero la importancia en ese mensaje para las mentes del futuro es el estudio y la conservación de la tradición, no perder aquellos rasgos distintivos, a pesar de los profundos cambios que llegan sin que se los llame. De eso también hablan los jóvenes en sus charlas vespertinas, en la intimidad de un comedor improvisado donde Salomón y la encargada de cocina, Florinda Nieva, se reciben de economistas a diario para preparar una dieta rica en nutrientes con escasos recursos.
Posiblemente Salomón y su gente tampoco llegaron a Olacapato por un llamado, dada la constante ausencia de un Estado que a nivel provincial es mucho más evidente y se transparenta en las necesidades insatisfechas de una población o de un mini universo como el que puede representar cualquier pueblo del interior profundo, gobierne el partido que gobierne.
Hay varias imágenes que sirven como síntesis de este panorama agridulce donde el rol de la docencia recobra una dimensión mucho más necesaria que aquella que a veces se difumina en un reclamo sectorial o sindical. La pasión por enseñar la encarna Salomón, su nivel de compromiso compensado con su sentido común por saber con los bueyes que ara, su acabado conocimiento de sus alumnos, padres y pueblo en general, conjunto de cualidades que lo erigen como un verdadero símbolo de aquellos ciudadanos de a pie anónimos, quienes con su labor nos dejan la mejor enseñanza de una ley de la física ortodoxa acuñada a Isaac Newton: “El principio de Acción y Reacción”.
Acción y Reacción para intentar transformar una realidad adversa, para apostar en los alumnos la carta hacia el futuro y enseñarles el valor de la imaginación y del trabajo en equipo, tarea que requiere mucho tiempo y dedicación para terminar en la concreción y confección de cohetes elaborados con los propios alumnos con botellas de plástico con el objeto de aplicar una ley de la física y llegar a lo más alto con apenas unas pocas ideas y mucho amor.