Una correcta remake
Más allá de algunos valiosos "caprichos" de Quentin Tarantino y de algunas remakes valiosas, como El tren de las 3.10 a Yuma o Temple de acero, Hollywood no ha logrado recuperar en la última década el esplendor del más clásico de sus géneros: el western. En ese sentido, esta nueva versión de la película rodada en 1960 por John Sturges (que a su vez era una relectura de Los siete samuráis, de Akira Kurosawa) tampoco resulta un aporte sustancial a la historia grande de las películas del Oeste.
Ya no están Yul Brynner, Eli Wallach, Steve McQueen, Charles Bronson, Robert Vaughn ni James Coburn, pero Los siete magníficos modelo 2016 tienen unas cuantas estrellas y -bien a tono con estos tiempos de corrección política- una mayor diversidad étnica: aparecen, sí, Chris Pratt, Ethan Hawke y Vincent D'Onofrio, pero también el actor afroamericano más popular de Hollywood (Denzel Washington), uno mexicano (Manuel García-Rulfo), uno asiático (el muy popular en Corea Byung-hun Lee) y otro que representa a los pueblos originarios (Martin Sensmeier). Y, en el medio, un único personaje femenino (Haley Bennett) que los recluta para luchar en 1879 contra un empresario tiránico (Peter Sarsgaard), que ha asesinado a sangre fría a varios vecinos, quemado la iglesia del pueblo de Rose Creek y contaminado las tierras circundantes con su explotación de las minas de oro.
Antoine Fuqua, director de la notable Día de entrenamiento, pero también de varios films de acción olvidables, trabajó a partir de un guion de Nic Pizzolatto (creador de la notable serie True Detective) y consigue un puñado de escenas de gran intensidad, algunos bienvenidos pasajes de humor negro y ciertos momentos para el lucimiento de los intérpretes, sobre todo de Washington (el eje moral del relato) y del galán Pratt, que aporta un poco de desenfado y glamour. No es mucho, pero lo suficiente como para convertir Los siete magníficos en un producto bastante entretenido y eficaz.