Escuadrón suicida
La versión contemporánea de Fuqua del clásico de Sturges de los ’60 con Yul Brynner, Steve McQueen y Charles Bronson –a su vez, remake de Los siete samurais de Kurosawa– comienza con una magnífica escena que tiene la potencia de un tren a toda máquina. El pueblo de Rose Creek está reunido dentro de la iglesia discutiendo cómo debería actuar ante el hostigamiento del inescrupuloso empresario Bogue, dispuesto a todo para explotar las minas de oro del lugar. Pero en medio de la reunión irrumpe el villano con sus secuaces para comunicarles a los ciudadanos que si no entregan sus tierras morirán. Fuqua, que sabe muy bien cuándo es el momento de impactar al espectador y cuándo conviene sugerir, decide arrancar la película presentando a Bogue con la secuencia más cruenta de todas, con una violencia que tiene ecos de Peckinpah. Hay una bajada de línea sobre el capitalismo que no pasa de una frase de diálogo y, por suerte, no vuelve a retomarse. Fuqua sabe lo que hace y lo deja en claro con una gran economía narrativa en apenas unos pocos minutos de película. Los 7 magníficos no pretende imitar a su predecesora ni recrear fábulas morales. De hecho, la secuencia inicial está desprovista de solemnidad, al igual que el resto de la película, algo que no puede decirse de la de Sturges.
Resulta tan sólida, épica y placentera la propuesta para contar la misma historia por millonésima vez, que ni el Jack Horne de Vincent D’Onofrio, con su voz inútilmente impostada que resulta inexplicable, o la diversidad en tiempos de corrección política –aunque menos forzada que en otros casos– llegan a ser lo suficientemente molestos como para resentir la emoción que genera ver a los personajes cabalgando, haciendo trucos de magia o simplemente divirtiéndose. Ese logro nada menor de Los 7 magníficos radica en no pretender ser más –ni menos– que lo que es: un gran espectáculo montado casi exclusivamente para recordarnos que dejarse llevar por la magia del Lejano Oeste, las cabalgatas y los duelos puede ser algo maravilloso.