El oficio de Antoine Fuqua (Día de entrenamiento) en el cine de acción no está a prueba, pese a lo irregular de su producción. Un ejemplo son sus últimos dos filmes: tras la mediocre Ataque a la Casa Blanca se recuperó en el policial “a quemarropa” The Equalizer. Ahora, vuelve con Denzel Washington en el protagónico de la remake del film de John Sturges, de 1960. Y el dato de un afroamericano caza recompensas al frente de un western trae la inevitable comparación con Los 8 más odiados, el último y magnífico (realmente) film de Tarantino. ¿Fuqua llegó tarde? ¿Se metió en camisa de once varas? Sin esa asociación, Fuqua ya carga demasiado peso: recrear una historia de venganza que ingresó al panteón del western (a su vez, una versión de Los siete samuráis de Kurosawa), cuyo leitmotiv musical, publicidad de cigarrillos mediante, adquirió tanto peso que esta remake debió meterlo a la fuerza en los créditos.
Fuqua no sale indemne, pero queda bien parado. El villano Bartholomew Bogue (fantástico Peter Sarsgaard) se apodera del pueblo de Rose Creek tras una matanza en su iglesia; dos sobrevivientes contratan al caza recompensas Sam Chisolm (Washington), para la venganza; Chisolm arma un “cuerpo de elite” que incluye al ex confederado Goodnight Robicheaux (Hawke), y todos los parias, como los delincuentes de Suicide Squad, aceptan sin pestañear la idea de atacar Rose Creek, sin un dólar de adelanto. Pese a la participación de Nic Pizzolatto (True Detective) en el guión, lo más destacable del film es el trabajo de cámara del italiano Mauro Fiore, junto a los protagónicos de Washington y Vincent D’Onofrio, como el “magnífico” hosco Jack Horne.