Del Japón del siglo XVI al Oeste estadounidense del siglo XIX. De samurais a pistoleros y estafadores buscavidas. De la mesura del haiku al rock. Las diferencias parecían insalvables, pero Hollywood lo hizo posible. No solo una, sino dos veces. "Los siete magníficos", la versión de Antoine Fuqua estrenada el jueves -remake de un clásico de 1960 de John Sturges, y ese a su vez remake de "Los siete samurais", una película de Akira Kurosawa de 1957-, se mantiene fiel a su antecedente estadounidense de gran entretenimiento, excelentes actuaciones (Vincent D'Onofrio, sobresaliente), una trama conocida pero que visualiza una sociedad multiétnica que ya era una realidad en Estados Unidos, y la infalible presencia del héroe.
Se trata de la historia del villano que acosa a un pueblo de granjeros indefensos para comprarles su tierra a precio vil -es eso o la muerte- hasta que llegan los siete del título y lo enfrentan. Fuqua rinde tributo, por momentos con gracia y humor, a imágenes icónicas del western, como el ingreso espectacular a un bar, la llegada al pueblo de un desconocido que promete traer problemas, o el duelo en medio de la calle. También sugiere historias personales que justificarían la transformación de los pistoleros en héroes y apela a la nobleza sin solemnidad, en dos horas de acción sostenida y con el rigor formal del los clásicos del género.