Seguramente a este filme le van a salir varios detractores. No sólo por, primero, trabajar sobre la base de uno de los filmes de género más potentes que el western haya dado a lo largo de toda su producción, sino que, además, es muy difícil acercar a las nuevas generaciones un tipo de películas que, al discontinuar su facturación, en contados casos, que funcionan más como homenaje que otra cosa, no logran convocar a las grandes audiencias.
Pero hay que celebrar un filme como “Los 7 magnificos” (USA, 2016), remake del clásico que supo sentar muchas de las bases de todo aquello que luego se produjo en westerns. Y esa bienvenida tiene que ser honesta, porque Antoine Fuqua, con un guión de Nic Pizzolatto y Richard Wenk, logra traspasar la línea del homenaje o reversión de bronce, acercando una mirada sólida sobre cómo hoy en día se puede hacer un western y contemplar a nuevas realidades y tonos que ni John Sturges, ni mucho menos Kurosawa, pudieron vislumbrar por ese entonces.
Hay cambios, pero la esencia de la historia, la de los siete forajidos, outsiders, que se unen para lograr ayudar a un pueblo en la lucha por mantener su propiedad y derecho sobre sus tierras, sigue intacta y, justamente, esa esencia también perdura en cuanto a la estructura narrativa, tradicional, que divide al filme en dos partes bien diferentes entre sí.
Cuando el siniestro Bogue (Peter Sarsgaard) advierte a fuerza de muerte su pronta apropiación de todas las propiedades de Arroyo Rose, un pequeño y olvidado pueblo minero, los que aún se mantienen con vida deciden, de alguna manera defender lo suyo.
En la primera escena del filme, arrolladora, Fuqua deja claro el rol de Bogue y su accionar al ubicar la acción en la Iglesia del pueblo, la que será incendiada para demostrar que ni la fe podrá salvarlos de la conquista que el malvado desea hacer.
Desesperados, una joven viuda llamada Emma Cullen (Haley Bennett) será la encargada de alistar a siete forajidos para que les enseñen a todos los hombres del pueblo, y a ella misma, a poder valerse de las armas y de técnicas de defensa, para detener a Bogue y sus secuaces antes que regresen al lugar a quedarse con todo.
Así, el filme posee una primera parte, también presente en la versión de Sturges y en la de Kurosawa, en la que el reclutamiento de los magníficos además se permite una digresión para detallar, claramente, las diferencias entre cada uno de los hombres.
Encabezados por Sam (Denzel Washington), un ermitaño que no es adepto a las amistades, el grupo variopinto incluirá a un mujeriego (Chris Pratt), un latino (Manuel García-Rulfo), un oriental (Byung-Hun Lee), un indígena (Martin Sensmeier), un ex militar (Ethan Hawke) y un “old fashioned” vaquero (Vincent D’Onofrio), serán los encargados de adiestrar a los pueblerinos con técnicas que permitirán detener a Bogue.
Mientras la primera etapa se muestra descriptiva, en la segunda, ante el inevitable enfrentamiento entre los siete y el inmenso escuadrón de Bogue, la tensión se apodera de la pantalla con situaciones e inevitables conflictos en el grupo que pueden llegar a poner en evidencia los planes que poseen para acabarlo.
Si el filme de Sturges dejaba sólo el final para este encuentro, aquí se lo ubica primero a mitad del metraje, para luego replicarlo, con inevitables consecuencias para ambos bandos, casi al final.
“Los 7 magníficos” es un filme que suma a su relato la prosa de Pizzolatto, el encargado de resurgir el policial en la pequeña pantalla y que acá potencia del western todos los puntos fuertes y aggiorna aquellos que no se habían contemplado por la diferencia de época, potenciando decisiones políticas que se terminan por consolidar al finalizar el metraje y que hablan del cambio de tiempo y de la necesaria puesta al día de la narración.