La quinta película de Paula Hernández ciñe su relato al machismo. Dicho así, solamente, se perdería la variante del caso. Es una forma distendida, acaso cool, del machismo, propio de una clase media intelectual en la que la ejecución del poder luce menos evidente. El goce del dominio del otro está en la entonación y el uso de palabras y asimismo en la administración ya no solamente del dinero, sino también del capital simbólico. Un buen ejemplo: en el imaginario de los hombres de Los sonámbulos, al personaje de Érica Rivas le corresponde traducir a otros, no escribir su propia literatura, una versión menos ostensible del ama de casa abnegada lavando platos y planchando camisas.