Toda familia es una jerarquía, y esa jerarquía puede no estar basada en quién vino al mundo primero. El abuso de poder, algo que estamos muy acostumbrados a ver en la cara de políticos y capitanes de la industria, también se puede manifestar en el íntimo seno de una familia. En este contexto, Paula Hernández nos narra Los Sonámbulos.
Un microcosmos sobre el poder.
El sonambulismo al que alude el titulo, inherente en la familia protagonista al parecer por herencia genética, sirve como una metáfora de la prisión emocional implicada por los mandatos tanto familiares como patriarcales. Romper ese ciclo nocivo vendría a ser el despertar.
No hay un solo integrante de esta familia que tenga a alguien encima de ellos, que tenga poder sobre ellos: la protagonista se encuentra subyugada a su marido, prácticamente obligada a ser sumisa, encendiendo un cartucho emocional de dinamita prácticamente desde el principio; por otro lado, su marido desea hacerse con la casa familiar a ser vendida, pero su hermano no lo va a permitir. También tenemos a la hija de la protagonista, quien mantiene una tensión sexual con su primo que no tarda en adquirir ribetes abusivos y, finalmente, a la matriarca, el típico rol empecinado en mantener las formas incluso si eso mata por dentro a los miembros de su familia.
La libertad del mandato es el deseo, la presión social es el arma opositora, y la munición es la triste ley del mayorazgo, esa figura inexistente y a la vez tristemente vigente en nuestra sociedad del “tanto tenés, tanto vales, y si no tenés, no tenés poder”.
En este intimo entorno, la realizadora desarrolla volúmenes del poder imperante que nos rodea como sociedad y como nación, al igual que plantea la necesidad de romper con la tradición cuando está comprobado que se trata de un maltrato perpetuado, al que la inercia y la cobardía mantienen vivos. Una inercia y una cobardía de la cual la protagonista lentamente se libera.
En materia técnica, Los Sonámbulos no tiene mayores rimbombancias ni rebusques; esta ahí al servicio de la marcación actoral. No obstante, hay que señalar la habilidad de Paula Hernández al utilizar la oscuridad como elemento para mantener la tensión, en particular durante una escena de abuso sexual en la que no vemos mucho, pero lo que se oye eriza la piel.
En materia actoral el reparto es prolijo y se muestra a la altura de la complejidad emocional de la historia. Sin embargo, quien destaca es Erica Rivas que se lleva al hombro un protagónico desafiante bordándolo con enorme sensibilidad.