Esta crítica debe comenzar con una aclaración: no sólo conozco bastante bien al director de la película sino que seguí más o menos de cerca su rodaje y posproducción y, además, trabajo con él en algún que otro proyecto. Me parece necesario, ético y sano aclarar esto y creo que sería ideal que estas cosas se hicieran públicas más a menudo en la crítica cinematográfica de nuestro país, ya que suceden bastante seguido. De todos modos, creo que es una película lo suficientemente valiosa como para ser reseñada de la forma más imparcial posible. Y, a partir de su participación en la competencia Bright Future del Festival de Rotterdam, nada mejor que hacerlo aquí.
Los territorios es una historia personal y política, íntima y social. Juega a partir de un registro documental que muchas veces se confunde con el de la ficción y genera, a partir de eso, una serie de resonancias que permiten interpretarla de diversas formas: como un diario personal, como un reporte político desde zonas de conflicto y, más que nada, como una película familiar en la que un hijo intenta seguir algunos caminos trazados por su padre para darse cuenta, en algún momento, que esas valiosas enseñanzas pueden servirle para abrirse caminos propios.
En lo narrativo, la opera prima del habitualmente productor Granovsky parte de su imposibilidad de concretar una serie de proyectos y largos como director y, a partir de esos fracasos, generar un nuevo largo que los integre y trascienda. Para eso será fundamental la figura de su padre, el reconocido periodista Martín Granovsky, de quien ha heredado una gran pasión y conocimiento sobre temas de política internacional. En plan de seguir los caminos de su padre, el director/protagonista se propone hacer una suerte de reporte periodístico sobre zonas de conflicto en el mundo para darse cuenta que, acaso, su mirada es más cinematográfica que estrictamente periodística.
A lo largo de Los territorios, “Iván” (las comillas están puestas ya que mucho de lo que aquí se cuenta con estilo documental debería ser tomado con pinzas, algo que la película jamás oculta) viaja de Bolivia a Brasil, de París post ataque a Charlie Hebdo al País Vasco, de la isla de Lesbos en Grecia a la que llegan a diario miles de refugiados de Medio Oriente a las conflictivas fronteras entre Israel y Gaza e Israel y Cisjordania. Si bien la película corre el riesgo de ser un tanto episódica en su imposibilidad de profundizar en cada uno de los conflictos, el patrón parece ser el mismo: hay una línea de fuego, una pared, un límite y una división en cada uno de sus escenarios. Conocerlos, enfrentarlos y atravesarlos es el gran desafío. Una frontera que es tan política y social como personal y, si se me permite, hasta “terapéutica”.
Iván cuenta todas estas desventuras en plan diario personal, con una voz en off que va marcando sus pequeños avances y, más que nada, fracasos, a la hora de convertirse en un reportero en zonas de conflicto (y hasta como periodista deportivo). Una parte importante del filme está dedicada a las conversaciones con su padre, alguien que ha cubierto ese tipo de escenarios durante toda su carrera, pero nunca ha estado en un frente de batalla más que en el Copamiento del Cuartel de La Tablada, en 1989. En su recorrido por ese lugar, en sus conversaciones en la casa o en el auto, en los emails que se envían (y que aparecen en pantalla, como los de la madre, en plan más humorístico de idische mame) la película encuentra el eje que engloba los distintos episodios. Los viajes por esos “territorios en conflicto” no son otra cosa que una manera que acercarse y entender a su padre y, a la vez, encontrar su propio “territorio” en esa saga familiar.
A veces, aunque no nos demos cuenta tan fácilmente, el espacio público suele volverse un claro reflejo y espejo de un espacio personal. Y cruzar esa línea que demarca un frente de batalla es también un intento por encontrar un camino propio en la vida. Uno que toma la posta de la herencia familiar (la preocupación por el estado del mundo, el hoy cada día más doloroso y acuciante problema de las fronteras, las migraciones y los refugiados) y trata de reconvertirla en un recorrido personal. El “Iván” del documental/ficción que es Los territorios seguramente no será un incisivo entrevistador como puede serlo su padre, pero puede haber encontrado un camino para dejar su marca, su propio “territorio”. Y la película es prueba y testimonio de eso.