Extraña mixtura entre documental, diario personal y ficción sobre un director-protagonista que recorre el mundo para, de alguna forma, encontrarse, nos ofrece Iván Granovsky en Los territorios, que llega a las pantallas después de su paso por la Competencia Argentina del Bafici 2017.
Iván es hijo de Martín Granovsky, periodista y analista internacional reconocido que escribe para Página 12, y éste no es un dato menor. Él, como protagonista de su propio filme, lo dice al comienzo y se nota que el apellido le abre puertas pero también lo marca. Sin decidirse a ser y hacer, entre el periodismo, la dirección y la producción, se mueve (pero no como pez en el agua) merced a los contactos que su progenitor le consigue y hasta se sostiene económicamente por los trabajos que le “inventa” o directamente por la ayuda de su madre.
Mientras, viaja y proyecta quimeras que se quedan en nada ni bien empiezan o aparecen las primeras dificultades, arrastra su diletantismo adolescente, a destiempo con su edad cronológica, y se obsesiona con el trabajo del corresponsal de guerra.
El “documental” se nutre de las imágenes de esos viajes: realizando entrevistas con los presidentes latinoamericanos para su padre, buscando apoyo para sus proyectos, persiguiendo algún amor esquivo y para el que no hace nada siquiera por demostrar, tras contactos que cree le pueden tirar una punta (y de hecho lo hacen pero él las desperdicia), buscando entrevistados para notas que una vez hechas no las aceptan los medios que lo han enviado, o simplemente por placer, y va dibujando un planisferio que abarca distintos paisajes (Bolivia, Chile, Brasil, Lesbos, París, el País Vasco, Medio Oriente), personajes y situaciones político-sociales que, sólo al final, adquieren cierta consistencia donde quizá lo personal contribuya (su judeidad frente a la situación de los territorios palestinos).
Si todo esto es cierto o no, poco importa. Porque es la sensación de verosímil y la producción de sentido que el documental con su montaje y edición, rápida y veloz -como una de esas ficciones de espías que recorren el mundo tras la aventura-, procura obtener y, en todo caso, provoca en su continuidad. Si nuestro protagonista es lo que dice que es o simplemente actúa (como se intenta dejar entrever explícitamente en el final), tampoco interesa.
Nada está fijo, nada está cerrado, todo se muestra en gestación y casi siempre se elige exponer su fracaso, y nunca podremos desentrañar si estamos frente a un retrato catártico y personal sobre una imposibilidad, la descripción de un estado de situación coyuntural de un argentino, un acercamiento a algo más universal o un engaño monumental y fulgurante de un hombre con ciertas posibilidades al alcance de la mano y un enorme grupo de sostenimiento y financiación detrás.