Los territorios es un documental, pero envuelto en una gran ficción que justifica los registros. La cámara está pocas veces enunciada, por lo cual, por momentos, podríamos confundir la película con una narración puramente ficcional, aunque la permanente voz en off del protagonista nos indique lo contrario. En otras partes se hace evidente el hecho cinematográfico, con una desprolijidad muy marcada, justamente enunciando de forma exagerada su producción. A nivel formal, entonces, podemos considerar Los territorios como un gran juego cinematográfico en el que pareciera que uno de sus grandes objetivos es hacer (re)conocer al espectador las vicisitudes de realizar una película de forma independiente. En cuanto al contenido, salvo algunas entrevistas, relatos o lugares, podemos creer que la mayor parte de lo contado existe desde un planeamiento de guion y de producción más que de hechos axiomáticos y/o cronológicos. Por lo tanto, podemos decir que en Los Territorios hay un constante simulacro de la realidad, con momentos muy dispares en su estructura, que desestabiliza cualquier noción genérica o de clasificación. Esto crea una ambivalencia, una incertidumbre, en la cual el espectador quedará atrapado, ya que no podrá saber nunca la consistencia de la verdad contada. Al principio mismo de la película, cuando el protagonista relata uno de sus fracasos como director de cine, muestra el Kurdistan Iraquí, con una infografía que presenta el lugar como tal; poco después nos cuenta que en realidad era una escenografía natural en la Provincia de Mendoza. Con eso nos da la pauta que, a partir de allí, todo podrá ser puesto en duda. Sin embargo, esta manipulación hace a Los territorios una pieza interesante ya que crea un verosímil que, desde el principio, pero sobre todo hacia el final, se deja disfrutar sin cuestionamientos.
La película mantendrá íntegramente el punto de vista de Iván Granovsky, quien nos narrará en primera persona, a través de determinados aspectos de su vida, la necesidad de conocer la profesión de corresponsal de guerra y de llegar él mismo a una línea de frente, a experimentar lo que es presenciar un conflicto armado. El punto de partida, la excusa que lo hará salir en busca de una posición ante a las tensiones del mundo actual, con todas las implicancias de producción y de financiamiento que le traerán aparejados estos viajes, será la contrariedad que le genera saber que su padre, el conocido periodista de Página/12 Martín Granovsky, nunca fue corresponsal de guerra, ni siquiera estuvo en una, solo de Internacionales, digamos, de asuntos diplomáticos. Más allá de la exposición que Granovsky hijo haga de su historia y su persona, la veracidad o no de los sucesos, lo que lo lleva a decidir “el plot” de su película será, en principio, su deleite por la geopolítica y su profesión de cineasta, pero también su cotidianeidad como viajante, su infancia
rodeada de libros de aventuras, el altlas geográfico que lo acompaño desde chico y que lo ayudó aprenderse las capitales de todos los países del mundo, hasta sus aeropuertos. De las múltiples referencias que nos brinda, la más representativa que conlleva lo cinematográfico, lo periodístico, lo político, constantes que hacen al film, es sin lugar a dudas la película Z (1969), de Costa Gravas.
De esta forma, el espectador empieza a transitar y a conocer el mundo del protagonista y este, a la vez, va creando el relato con gran coherencia, probablemente reafirmado por el colectivo de guionistas que vemos en los créditos de la película. El objetivo principal no es dado de antemano, como cualquier documental que plantea la hipótesis investigación apenas comenzado, sino que surge desde las propias cavilaciones del protagonista dentro de la película. Su búsqueda itinerante, a través de sus reiterados fracasos, será entonces el catalizador de los acontecimientos. De esto mismo derivará una obra de múltiples tesituras, tanto sociales como políticas, por momentos con rasgos cómicos, a veces un tanto forzados o molestos, como el imaginario que crea con Rafael Spregelburd haciendo las veces de corresponsal de guerra y que, quizás como buen productor, puso solo para extender la lista de actores, entre los que figura las apariciones de Lula da Silva, Evo Morales, entre otros.
En Los territorios, Granovsky, un apellido frecuente en los créditos de las competencias de los últimos BAFICI, deja el anonimato y pasa a ocupar la mayoría de los rubros existentes en el esquema de labores cinematográficas con su primer largometraje como “no solo productor”. Así se convierte también en este actor llamado Iván, Ivanchi o “ruso”, a quien no conocemos por lo que demuestra, sino por lo que quiere mostrarnos, lo cual hace satisfactorio el encuentro, si a uno le cae en gracia el personaje, claro está. Su padre, el Granovsky hasta el momento más famoso, será el gran partener en una película que viaja por muchos lugares, pero que siempre hace cede en Buenos Aires. Él será quien lo guíe en la búsqueda de esa línea de frente, donde se ubican los corresponsales del guerra, a las que Iván quiere llegar en sus diferentes facetas: como actor, director, productor, guionista y, quizás, si le creemos, como él mismo, haciendo trascender su apellido del otro lado de la línea de cámara.