Interesante mirada sobre la iniciación sexual:
Rosina (Romina Betancur) es una adolescente de 14 años que vive en un pueblo de la costa uruguaya que se prepara recibir a los turistas en la temporada veraniega. Su familia la compone su padre, que realiza mantenimiento de jardines; su madre, que monta un micro-emprendimiento de depilación en su hogar; su hermana mayor, que está aprendiendo a manejar junto al padre y que estudia para rendir un examen; y su hermano menor de edad escolar. De entrada se nos presenta a Rosina como una joven con carácter, teniendo la osadía de escapar de su padre e internarse sola en al mar, luego de una pelea con su hermana en la cual la ha lastimado dejándole un ojo emparchado. Este es el contexto de situación de Los tiburones (2019), opera prima de la realizadora uruguaya Lucía Garibaldi.
Su padre requiere que Rosina lo acompañe para ayudarlo con el trabajo en los jardines. Así surge la atracción de la joven por uno de sus empleados, Joselo (Federico Morosini), un joven mas grande que ella. El despertar sexual de Rosina, momento de irrupción de un goce que se vive como extraño en el propio cuerpo, está marcado al haber visto, cuando se internó en el mar huyendo del padre, a un tiburón, animal ligado a lo instintivo.
Todo el pueblo está exaltado por el rumor de la aparición de un tiburón en las costas. Los vecinos se organizan para tratar de darle caza, dado que la guardia costera y el municipio no los protege y apunta a minimizar el hecho porque privilegia el aspecto económico de la llegada de los turistas; escena que evoca a la película Tiburón (Spielberg, 1975).
La directora utiliza acertadamente en la puesta en escena el significante del tiburón, el cual irá cobrando diversos sentidos. El tiburón por un lado representa la idea de un macho activo que está al acecho de su presa, pendiente de ligar a una mujer. Este punto podría aplicarse a Joselo, que aborda a Rosina de manera disruptiva hablándole de su sudor, mostrándole su erección e invitándola a pasar más tarde por el taller, cuando estén sentados lado a lado al borde de la piscina de una casa. Esta lectura se anticipó cuando Rosina lo ve a través de un ventanal, pasando con una herramienta de jardinería a la cual, por su posición a la altura de la pelvis, puede dársele valor de símbolo fálico. La escena resulta compatible con la observación de un tiburón a través de los cristales en un acuario.
Al momento del encuentro, Joselo se masturba y le ordena repetidamente a Rosina: “Tocate, tocate”. Rosina reacciona con perplejidad y mirada absorta, propias del extravío y la inocencia frente a lo desconocido, lo cual genera que Joselo se levante ofuscado y con desdén hacia ella. No hay diálogo, no hay palabras tiernas ni cuidado por parte de Joselo. Para Rosina se trata de su primera vez. En ese contexto es muy probable que no se sepa qué hacer ni cómo. La escena da cuenta de una presión a poner el cuerpo, sin considerar los tiempos subjetivos singulares. También ilustra la exigencia masculina de que la mujer se acomode a las particulares condiciones del hombre, fetichizando una parte de su cuerpo, tomándola como objeto; y esto puede resultar angustiante para una mujer. La escena expresa muy bien el malentendido entre los sexos, pues mientras que el varón desde sus condiciones de goce necesita cosificar una parte del cuerpo femenino para abordarlo, la mujer requiere para poder soportar ese lugar una palabra de amor del partenaire. Una mujer solo puede alcanzar el goce que le es propio, el goce femenino, a condición de contar con un partenaire que le hable de amor porque es de ahí que experimenta ese goce.
Tras este encuentro fallido (como toda primera vez), Rosina busca acercarse a Joselo, captar su atención; pero sólo obtendrá su desprecio, tratándola como una niña que debería estar en su casa. Joselo le ronda a otras mujeres, más en la linea de su hermana y sus amigas, que ya tienen alguna experiencia.
La solitaria protagonista no se quedará en una posición de víctima pasiva, sino que se moverá con ingenio y sigilo, creando situaciones como secuestrar a la perra embarazada de Joselo o poner su bote en marcha hacia la inmensidad del mar con una red llena de carnada para el depredador marino. Estas acciones de Rosina aparecen trabajadas en un borde de ambigüedad en cuanto a su motivación, moviéndose entre la atracción y la venganza, encarnando ahora ella ese tiburón a la vez misterioso y amenazante.
Los tiburones propone una mirada de la iniciación sexual femenina acorde a los tiempos actuales de la nueva oleada feminista, lo cual posiblemente determine que sea mucho mejor recibida y comprendida por el público femenino que por el masculino, al que le puede resultar mucho más difícil empatizar con un personaje cuyas reacciones quizá no comprenda del todo y le resulten temerarias. El acierto de Lucia Garibaldi es tratar las emociones de la protagonista con sutileza, evitando caer en bajadas de línea panfletarias y sin descuidar el aspecto estético, que se expresa en el contraste entre la cálida luminosidad de los planos generales en la playa y las oscuras pulsiones de Rosina.