La mítica del trabajo
Si Hesíodo, en la obra que da título a este documental, sostenía que el trabajo es el destino universal del hombre, la película de Villegas se hace cargo de esta idea y propone desmitificar el arte mediante la descripción minuciosa de todas las tareas que conlleva la exhibición final de una obra artística. El director ejecuta este movimiento develador mientras retrata su propia escritura cinematográfica. Toda crítica es metacrítica, dicen; ergo, todo cine es metacinematográfico. Entonces, en una suerte de corrimiento autoreflexivo, al mismo tiempo que se detiene en mostrar los detalles de la cotidianidad de un sótano emblemático para algunos y desconocido para otros, lo que el director de la bella Victoria (2015) pretende –no es descabellado suponerlo– es compartir sus propios lineamientos estéticos: la búsqueda del instante cualquiera; tal vez cierto apego al realismo baziniano que intenta mostrar el alma de las cosas; un tempo narrativo reposado que permite la errancia visual del espectador sobre la superficie del plano.
Con motivo del 25 aniversario de la creación del Centro de Experimentación del Teatro Colón, Los trabajos y los días registra el ensayo y la puesta del espectáculo In nomine lucis, un concierto escénico sobre música de Giacinto Scelsi. Sin embargo, el ensayo y la puesta solo ocupan un pequeño fragmento de la duración total del film. La mayor parte está dedicada a todas esas pequeñas –y no tanto– ocupaciones que rodean y hacen posible la realización del show. Como aquí lo importante no son los nombres propios, sino que el trabajo está por delante de la individualidad, por ejemplo, las voces en off que se escuchan relatando la creación de tan célebre espacio de la música contemporánea y contando la importancia que tuvo y todavía tiene en “crear en el público nuevas expectativas” no están individualizadas. Podemos adivinar de quiénes se trata, pero no lo sabemos a ciencia cierta.
Tanto el prólogo como la coda del documental están dedicados a Gerardo Gandini, director, fundador y columna vertebral del CETC, cuya figura subyugante es rescatada a través de Esas cuatro notas (2004), la película de Rafael Filippelli. Los trabajos y los días comienza estableciendo un contrapunto entre la banda de imagen y la banda de sonido como una especie de correlato de los dichos de uno de los entrevistados quien define al Centro de Experimentación como “un espacio de tensión con la sala principal”. Es por ello que, a los bellos planos de la entrada del fastuoso Colón, de su sector de plateas de la sala magna, de sus pasillos de alfombra roja, de su concurrencia paqueta, se le adosan los sonidos casi discordantes de una música poco convencional. Enseguida, aparece en pantalla una mano temblorosa que inserta tornillos entre las cuerdas de un plano de cola. ¿Hay algo más fuera de la norma que lastimar así a tan reputado instrumento? Herejía, pensarán los puristas.
De esta manera, con economía narrativa precisa, se ubica al espectador en el relato cinematográfico y se lo invita al juego dicotómico de binomios explícitos e implícitos. La música clásica in absentia se coloca frente a la música contemporánea. El arriba de la sala principal se opone al abajo del sótano en el que reina el CETC. Por un lado, se muestra a los asistentes habituales del teatro (¿tradicionalistas?, ¿gourmets?) y, por el otro, a esos otros espectadores, los del subsuelo, los ávidos de vanguardia musical, de gustos eclécticos y arriesgados (¿los entendidos?, ¿los gourmands?). El granulado del film citado resalta contra la nitidez de las imágenes de alta definición de la filmación actual. El último contrapunto, quizás el más importante, consiste en la plétora de oficios que sostienen el backstage, el work-in-progress, con su aspecto desorganizado y su devenir caótico, pero que como resultado final ofrece un espectáculo logrado, profesional, sin atisbos de desprolijidades.
Para apreciar la mítica del trabajo, Villegas alumbra la cocina del arte haciendo foco en los detalles: el acarreo de atrezo de un piso a otro; los vericuetos para alquilar un chelo; el cambio del foquito quemado en la luz de un atril; la limpieza de los baños; esa maldita silla que se arrastra en vez de levantarla y su molesto chirrido; la puerta que se sostiene para permitir la entrada de grandes equipos. Sumados, algunos de estos detalles crean historias igual de nimias que de disparatadas, como el innoble caso del periplo de las reposeras que no fueron y su conversión en benditos almohadones negros para las nobles asentaderas del estimado público. Se señalan cuestiones administrativas, técnicas, de mantenimiento, pero también están ahí los ensayos, las afinaciones de instrumentos y las vocalizaciones. Hacia el final, los aplausos conquistados por la obra de música contemporánea se escuchan en el fundido a negro que da paso a la coda del documental. Aquí, de nuevo Gandini, esta vez en un ensayo. El director le dice a la orquesta: “Da capo”. Y el trabajo vuelve a empezar.