Los tres chiflados

Crítica de A. Degrossi - Cine & Medios

Sacrilegio

Los Tres Chiflados son, para muchos, tan argentinos como el dulce de leche o el colectivo. Lo cierto es que en pocos lugares del mundo tienen la popularidad que desde comienzos de la década del sesenta tienen en nuestro país. De hecho, en Europa son practicamente desconocidos. El sentirlos tan propios, tan cercanos a nuestros días de escuela, a tantos buenos momentos de diversión a través de varias generaciones, hace que la llegada de este filme nos provoque una expectativa especial.
Los Farrelly muestran a los chiflados Moe, Larry y Curly como internos de un orfanato, toda su vida la pasaron ahí adentro, entre monjas y huérfanos como ellos. Ya adultos salen al mundo real para intentar conseguir el dinero necesario para salvar al orfanato (¿les suena?). Esta es la manera en que los directores eligen justificar el comportamiento del trío en sociedad. Los muestran como transplantados y como productos de una vida de confinamiento no elegido. Error. Los chiflados no eran inadaptados como Tarzán, por haber crecido fuera de la sociedad. Por el contrario, pertenecían a una sociedad que los excluía; eran desclasados contra su voluntad, eternos desempleados en una sociedad cruel y su violencia no era más que la respuesta, menos sutil, al sutil maltrato al que los sometía el mundo en el que habitaban.
En su primer corto para la Columbia, el trío dejó clara su incorrección política y social. “Odiamos a las Mujeres” era el título y en apenas dos rollos mostraron toda la misoginia que eran capaces de tener, la que luego dosificarían a lo largo de sus carreras. Los Farrelly no se animan a tanto. Como víctima “femenina” de las torpezas de los muchachos deciden travestir a Larry David, quien interpreta a la monja cabrona del orfanato. Otro fallo.
Hay un par de gags bien logrados, y algunas rutinas clásicas del trío bien ejecutadas, como así también algunos “trucos” de montaje usados en los cortos que acá se reproducen acertadamente. No faltan algunas frases típicas como “Soy víctima de las circunstancias” (Curly), “Por qué no te compras un tupé con un cerebro dentro” y “Recuérdame que te asesine” (Moe). Por lo demás, la decisión de contar la historia dividida en tres actos, como si fueran tres cortos, agiliza el relato. Lamentablemente, para empeorar las cosas, se estrenarán solo copias dobladas al castellano. De manera que mientras en la versión original los actores se esmeran en copiar las voces de los chiflados, en el doblaje no se nota esa dedicación.
Sería injusto no destacar la buena labor de Chris Diamantopoulos como Moe, el actor logra imitar su gestualidad y aspecto con precisión, algo que antes había hecho con Robin Williams, a quien también imitó en un telefilme sobre la serie "Mork y Mindy". No es tan así en el caso de Curly, Will Sasso no da el fisic du rol. No alcanza con ser panzón y pelado, su cuerpo es demasiado grande para ofrecer la formidable mímica que el menor de los Howard desplegaba y apenas brinda un trazo grueso de lo que Curly era. Sean Hayes como Larry no capta la sutileza del chiflado del medio, un fino y versátil comediante al que en este filme no se le hace honor.
Los hermanos Farrelly, extrañamente, deciden usar a los personajes despojándolos de toda su desmesura y desaprovechan la posibilidad de presentar a los chiflados en todo su potencial satírico contra las instituciones que ellos atacaban, y hoy nos siguen atacando a nosotros. Demuestran así que los muchachos eran unos adelantados, y que los Farrelly atrasan, y mucho.
Al final, una innecesaria explicación de los "directores" sobre el uso de martillos de goma en el rodaje y de como los piquetes de ojos no son lo que parecen, termina de confirmar que estos realizadores no están a la altura de las circunstancias. No son dignos.