Sobredosis de slapstick
Si bien toda crítica es subjetiva, hay casos en los que la subjetividad del autor pesa todavía más de lo habitual. Algo de eso ocurre con Los Tres Chiflados. Es que con Moe, Curly y Larry no hay -en general- término medio: se los adora o se los aborrece. Yo, si bien he visto de niño (quién no) numerosos capítulos de la vieja serie, nunca fui demasiado fan de estos exponentes del humor slapstick más puro.
El “humor físico” (que siempre fue el eje de la narración en el caso de Los Tres Chiflados) me gusta cuando es veloz e intenso, pero en dosis medidas, limitadas, cuando se presenta combinado con diálogos punzantes y con una negrura e ironía que no encuentro en el film de los Farrelly y sí, por ejemplo, en los clásicos de la screwball-comedy. No se puede pretender que los hermanos Peter y Bobby -que siempre han sido continuadores de la tradición de este tipo de humor- se sumergieran aquí en aguas propia de los más ambiciosos Preston Sturges, los Ernst Lubitsch, los Billy Wilder o los Howard Hawks, pero esta versión de los Stooges se agota (se ahoga, para seguir con la metáfora acuática) demasiado rápido.
Con esta introducción no quiero decir que la película sea mala, o que los Farrelly no hayan sido capaces de recrear/homenajear el humor de Los Tres Chiflados originales. En el film se percibe un gran respeto por el espíritu de la serie y los directores de Tonto y retonto, Loco por Mary, Amor ciego y Pase libre demuestran que saben cómo ensamblar esta acumulación de golpes, caídas, patadas, cabezazos, pellizcones y piquetes de ojos.
El film -que para colmo en la Argentina se estrena sólo con copias dobladas- tiene una historia menor: tras un inicio en el que vemos a Larry, Curly y Moe de niños viviendo en un orfanato manejado por monjas, nuestros perfectos antihéroes salen ya de grandes y en la actualidad a buscar los 830.000 dólares necesarios para evitar que la institución cierre. Como nunca han tenido contacto con el “mundo real” su torpeza se combina con una gran inocencia (y los toques de sentimentalismo habituales).
El problema es que aquí no estamos ante uno de esos 200 cortos de 16 minutos que se hicieron desde los años ‘30 sino ante un largometraje de una hora y media. El humor de Los Tres Chiflados funciona bien (ya lo dije: si se entra en las convenciones que propone) en dosis cortas. Aquí, todo se estira más de la cuenta y ni siquiera la presencia de grandes de la comedia como Jane Lynch (la madre superiora) o Larry David (travestido en el papel de la despiadada hermana Mary-Mengele) logran sostener demasiado el interés. Un film que tiene algunos chispazos de ingenio y e creatividad, es cierto, pero que para mi gusto resulta un revival bastante fallido del clásico vodevil que tantas generaciones disfrutaron (y siguen disfrutando) en la pantalla chica.