El piquete de ojos nunca morirá
Un poco relegados en la actualidad por los canales de aire, sería una picardía que los chicos argentinos desconozcan la existencia de Los tres chiflados, ese maravilloso grupo cómico que tantos gratos momentos nos deparara en nuestra infancia. Pasaron muchos años desde que se empezó a rumorear sobre la posible puesta en marcha de una producción fílmica que incluyera a Moe, Larry y Curly (su formación original y por cierto la más festejada por los fanáticos). Después de unas cuantas marchas y contramarchas, el proyecto finalmente cristalizó de la mano de los hermanos Bobby y Peter Farrelly, los mismos de Tonto y Retonto y Locos por Mary. Una extraña elección si consideramos que en su carrera la dupla se ha inclinado mucho más hacia el humor verde, de doble sentido o escatológico antes que el blanco. Era una incógnita si el concepto funcionaría o no porque prácticamente por primera vez se recurriría a otros actores para encarnar a los torpes, anárquicos y violentos muchachos que fueran el caballito de batalla de la Columbia Pictures durante más de dos décadas apareciendo en aproximadamente 190 cortometrajes de entre 16 y 18 minutos cada uno. Se mencionó a Sean Penn (¡cruz diablo!) y a Jim Carrey como posibles candidatos, entre muchos otros, y seguramente el dificultoso casting ha sido un elemento clave para que se postergue tanto el rodaje. La película alterna buenas y malas pero si hay algo para elogiar enfáticamente es el trío seleccionado: Chris Diamantopoulos como Moe, Sean Hayes como Larry y Will Sasso como Curly superaron cualquier expectativa que se hubiera depositado en ellos. Los actores han logrado mimetizarse con los personajes extrayéndoles al dedillo todos sus gestos, tics y manierismos con una precisión asombrosa. Eso se les pidió y eso entregaron con un intachable profesionalismo.
Los Tres Chiflados, el filme, no genera tanto entusiasmo pero pese a sus desniveles contagia simpatía y unas cuantas risas genuinas. Salta a la vista que la intención de sus realizadores y guionistas fue brindar un homenaje nostálgico y decididamente retro a un estilo de comedia, el slapstick, que hizo escuela en las primeras décadas del siglo pasado. A través del cine mudo en un principio y luego del sonoro, los gags visuales implementados por Moe y compañía -basados en velocísimos golpes, caídas y tortazos de todo calibre- fueron el ABC de una rutina que, obviamente, se repitió hasta el hartazgo a lo largo del tiempo. No por nada se recuerda como los más inspirados a aquellos cortos producidos durante el período 1934-1946, previo al ataque de hemiplejia que obligaría a reemplazar a Curly por su hermano mayor Shemp (Moe era el del medio). De aquí en adelante los guiones perderían fescura refritándose en ocasiones las mismas historias con los cambios de formaciones que vendrían tras el fallecimiento de Shemp en 1955 (lo sucedieron los anodinos Joe Besser y Joe DeRita). El aggiornamiento que han llevado a cabo los Farrelly sobre estos queridos aunque agresivos personajes ha sido mínimo: era de esperarse una pizca de incorrección política en estos directores. Y escenas como la guerra de pis con los bebés –en lugar de los tortazos-, el desubicadísimo nombre de una monja (Mary-Mengele, en alusión al infame médico y criminal de guerra nazi) y la bikini diseñada a partir del hábito de una religiosa para el lucimiento del cuerpazo de la modelo Kate Upton (la hermana Bernice), delata claramente a los creadores de Irene y yo y mi otro yo. Estos guiños no apuntan a los niños y no sé hasta que punto son aconsejables en una comedia familiar. Los Farrelly no pueden con su genio y desbarrancan en una propuesta con escasos atractivos para los adultos puristas que no podrán evitar la comparación con los actores identificados con los roles.
Uno de los argumentos / excusa más difundidos en los anales del cine es el de la institución a punto de rematarse por una deuda, cuyos miembros se proponen salvar juntando de algún modo el dinero exigido por los acreedores. Lo hacían en la década del 30 en los Estados Unidos, coincidiendo con la Gran Depresión que arrasó con los EE.UU. tras la caída de la bolsa en octubre de 1929, lo siguieron utilizando medio siglo después con, por ejemplo, Los Hermanos Caradura (The Blues Brothers, John Landis) y Hollywood vuelve a reincidir ahora con estos Tres Chiflados siglo XXI. Moe, Larry y Curly son abandonados de bebés en el orfanato dirigido por la bondadosa Madre Superiora (Jane Lynch). Allí son criados por las monjas hasta llegar a su edad adulta sin haber sido jamás requeridos por ninguna pareja para tomarlos en adopción. Los extraños y tontos jóvenes no saben hacer nada bien provocando así el encono de la histérica hermana Mary-Mengele (en la piel del autor y comediante Larry David), toda una Némesis para el trío. Por los destrozos ocasionados a lo largo de sus vidas, no hay ni una sola compañía de seguros que acepte cubrir al orfanato por lo que un día llega al lugar Monseñor Ratliffe (Brian Doyle-Murray) con la mala nueva que de no reunir 830.000 dólares en un mes deberán abandonar su hogar para siempre. Con el peso de la culpa oprimiendo sus cabecitas huecas nuestros héroes prometen conseguir la astronómica cifra y se encaminan a la ciudad dispuestos a triunfar o morir en el intento.
Los muchachos buscan recaudar los dólares necesarios apelando a la generosidad del prójimo pero la única que les ofrece su ayuda económica, y no desinteresada desde luego, es la femme fatale Lydia (la colombiana Sofia Vergara), quien junto a su amante Mac (Craig Bierko) se propone eliminar a su marido que por esas cosas del destino no es otro que Teddy (Kirby Heyborne), otrora un huerfanito amigo de los chiflados que fuera adoptado de pequeño por un abogado inescrupuloso (Stephen Collins) y su señora. Esta subtrama es bien aprovechada por el editor Sam Seig con una sucesión de chistes eficaces e ingeniosos desarrollados con un ritmo vertiginoso. Otra trama secundaria que erige a Moe como estrella de un reality show también aporta lo suyo en términos de comicidad. Es realmente hilarante ver a Moe sopapeando ininterrumpidamente a patovicas imbéciles y chicas con el perfil de Charlotte Caniggia. Si hasta parece un acto de justicia divina…
Ni el doblaje al español (la Fox no ha traído ni una sola copia en inglés) ni algunas decisiones discutibles de los hermanos Farrelly posiblemente impidan que se cumpla un doble objetivo: la recreación fiel de un estilo de comedia que revolucionó al género e impactó a varias generaciones de público y la gozosa recepción que le brindarán los locos bajitos en estas vacaciones de invierno que prometen batir récords de taquilla.