Tonto, retonto y recontrarrequetetonto
A medio camino entre la comedia para chicos y la escatología para adultos, la nueva versión Farrelly de los viejos Chiflados termina resultando el homenaje público de los realizadores a los tres ídolos antes que su trasplante exitoso a otro contexto.
La infancia puede recordarse, pero no revivirse. Es por eso que la idea de resucitar en un largometraje a Los Tres Chiflados tenía, de movida nomás, tantas probabilidades de éxito como filmar El capital o un cuadro de Mondrian. ¿Cómo hacer para reproducir, con tres chiflados de repuesto, el efecto que más de medio siglo atrás producían los originales? ¿Cómo, para que a los chicos de hoy les cause gracia lo mismo que a sus abuelos o bisabuelos? ¿Cómo lograr que sus padres vuelvan a reírse con lo que los hacía carcajear a la hora de la leche? En cualquier caso, no debía haber nadie más apto para intentarlo que los hermanos Farrelly, que en películas como Tonto y retonto y otras supieron reciclar la combinación de humor tonto y humor físico que los hermanos Howard y Larry Fine patentaron entre los años ’30 y los ’50. Pero una cosa es reciclar, sumándole a lo tonto y lo físico lo crudo y lo gráfico –lo que los Farrelly hicieron hasta ahora– y otra es clonarlo. Que es lo que intentan en Los Tres Chiflados.
A los problemas de base deben sumársele otros contingentes, como la cadena de renuncia de famosos (Sean Penn, Jim Carrey y Benicio del Toro se fueron bajando de a uno) y el hecho de convertir en largo lo que siempre fue corto. De los tres chiflados de segunda que pasaron a primera, el más conocido es Sean Hayes, que gracias a su papel de amigo gay en “Will & Grace” fue nominado al Emmy seis años seguidos y ganó uno. Hayes es, en el papel de Larry, más carismático que sus laderos Will Sasso (Curly) y Chris Diamantopoulos (Moe). Pero, ¿era acaso el carisma individual la clave del éxito de los chiflados originales? Se diría que no. Lo que funcionaba era la simple mecánica de chistes tontos+cachetazos, chirridos, gruñidos, piquetes de ojos y, claro, tortazos. Si ya los “argumentos” de los cortos de 22 minutos eran un mero soporte para desplegar esa mecánica, eso se ve cuadruplicado en la hora y media de Los Tres Chiflados. Narrada como si fueran tres episodios –cada uno con su título y cartel de presentación–, la película de los Farrelly tiene por eje argumental la crianza de los trillizos en un orfanato monacal, su fracaso a la hora de ser adoptados y el intento, ya de adultos, de reunir una cifra astronómica, que permita al establecimiento no caer bajo el peso de las deudas.
Los Tres Chiflados funciona de a ratos. Lo que funciona son los gags físicos, cuanto más maratónicos mejor. Como en los mejores momentos de los episodios originales, basta que Curly empuje un objeto mínimo para que, por un efecto dominó elevado casi a escala cósmica, una larga serie de calamidades se desencadene, en una acumulación en la que martillos, yunques y escaleras siempre serán bienvenidos. El peso del control social obliga a una aclaración final dirigida a los niños, que los Farrelly convierten con mucha cintura en gag, poniéndola en boca de un tipo buen mozo y otro musculoso, que dicen ser ellos dos. Lo que no funciona para nada es una subtrama policial, con una pareja de amantes (la colombiana Sofía Vergara y el comediante Craig Bierko) que usa a Moe, Curly y Larry como peones de una conspiración criminal. Además de que la única razón para incluir a Vergara parecen ser los globos que le cuelgan del escote, toda esa subtrama se pone demasiado retorcida para los chicos más chicos (la película se estrena en Argentina con la calificación Sólo Apta para Mayores de 13 años) y demasiado elemental para los papis (a los que el balcón neumático de la colombiana apunta a distraer).
Esa doble impertinencia revela a Los Tres Chiflados como una ecuación inadecuada, a medio camino entre chicos y grandes y obligando a los Farrelly a extirpar casi por completo el resorte básico de su humor: la crudeza, la agresividad salvaje, las referencias sexuales directas, el uso de la escatología como arma ofensiva. Extirpación que por suerte no es completa: la confusión entre el gesto con que se representa el dinero y el amasar de mocos y, sobre todo, una guerra de bebés usados como armas de pishar, son muestras de lo que pudo haber resultado una eventual Farrelly’s The Three Stooges. Menos que eso, Los Tres Chiflados termina resultando el homenaje público de los realizadores a tres de sus ídolos antes que un trasplante exitoso del peludo, el pelado y el flequilludo a otro contexto. Los fans de Larry David sabrán apreciar la aparición del humorista más malhumorado del mundo en el papel de la monja Mary Mengele (¡qué gran hallazgo!) y los de esa gran comediante de reparto que es Jane Lynch lamentarán verla aprisionada por su uniforme de Madre Superiora.