Los hermanos Peter y Bobby Farrelly han construido una carrera cinematográfica alrededor del viejo slapstick, el humor de golpe y porrazo veloz al que han sabido agregar la escatología. Pero hay más: a través de esas películas han mostrado que la idiotez humana no está divorciada de cierta ternura. Que la bondad, más allá de la zoncera, existe. La matriz de esas películas siempre fueron Los Tres Chiflados; este film es, de algún modo, el que justifica o explica esa obra. Es todo un experimento hacer una película sobre los personajes de los Chiflados en lugar de una biografía de los hermanos Howard, y en ese sentido el riesgo es grande. El resultado quizás no sea perfecto, pero rescata lo que eran Los Tres Chiflados: una larga “conjura de los necios”, la construcción de una comicidad épica. Aquí los tres personajes deben salvar un orfanato, y la historia es algo más, en ese sentido, que un bastidor para una andanada de humor físico enorme. Los actores hacen mucho más que imitar: expresan comicidad con todo el cuerpo, un arte difícil de dominar.