Homenaje a los tropezones
En menudo lío se metieron los hermanos Peter y Bobby Farrelly, padres de la revitalización de la comedia guarra allá por los 90’s, con este revival-homenaje a Los tres chiflados. El proyecto tuvo múltiples idas y vueltas, e incluso un elenco “soñado” con Jim Carrey, Benicio Del Toro y Sean Penn (y sí, nos quedamos con las ganas de ver que hubieran hecho estas tres figuras con los clásicos personajes de Curly, Moe y Larry, respectivamente). Sin embargo, los directores se empecinaron en llevarlo adelante y arribaron a un producto con un elenco de cuasi desconocidos, aunque con carrera en la televisión: Sean Hayes (Larry), Will Sasso (Curly) y Chris Diamantopoulos (Moe). Decimos “lío” porque los Farrelly, tras varios fracasos, perdieron parte del consenso ganado con sus primeros films (llegaron a ser tapa de la prestigiosa revista Film Comment con Irene, yo y mi otro yo) y Los tres chiflados cuentan con un grado de culto universal, y se sabe que el culto lleva a cualquier recreación al fracaso: los fanáticos son conservadores por propia definición, adoran lo viejo con placer mortuorio y le temen a lo nuevo. Por eso, por la ausencia de nombres importantes que sostengan el producto y por la pérdida de trascendencia de su propia firma, los Farrelly tenían todas las de perder con esta adaptación de Los tres chiflados. Que es bastante floja, pero tampoco es el desastre que la crítica norteamericana y los fanáticos a nivel global aseguran.
Para pensar objetivamente este film, tenemos que definir qué fueron Los tres chiflados: hombres del vodevil, maestros del humor físico, tomaron la posta de los grandes del circo y del humor del cine mudo y lo llevaron a un nivel de exageración inusitado conectándolo con elementos del dibujo animado. Sus sketches eran una sucesión de slapstick bien aplicado, a lo que sumaban juegos de palabra absurdos. Fueron grandes en lo suyo, un humor básico y estúpido -orgullosamente básico y estúpido-, que redefinía las leyes de la física y la gravedad: golpes, porrazos, caídas, quemazones, violencias varias contra el cuerpo que no dejaban más que sonrisas y convertían a la muerte en un obstáculo que siempre se podía esquivar. Los tres chiflados nunca trabajaron en pos del respeto académico: lo suyo eran los chistes efectivos y efectistas, una adorable veneración del humor como hecho espontáneo y anárquico. Esto, que parece bastante elemental, no era simple de llevar a cabo, de hecho son casi los únicos que fuera del período mudo lograron tal timing para el gag físico. Había un trabajo de puesta en escena y una capacidad asombrosa para, en apenas 16 minutos, elaborar una situación determinada y llevarla progresivamente al desquicio. Ese tiempo de comedia, que los hacía súper efectivos, fue lo que los convirtió en un producto inmortal: no de gusto todavía hoy los chicos siguen divirtiéndose con aquellos cortos televisivos. Un porrazo bien filmado, siempre causa gracia.
Por todo esto es que Los tres chiflados, circa Peter y Bobby Farrelly, no puede ser menos que defendida y aceptada como un noble, divertido y -también- limitado homenaje al universo de Los tres chiflados originales. Si bien en Tonto y retonto los hermanos demostraban cierta capacidad para el humor físico, la conexión entre su cine y los cortos de Los tres chiflados no es tan clara. Aquellos eran violentos pero naif, y estos son guarros (que no es lo mismo) pero malintencionados. Por eso, una de las dudas que aparecían era si el revival iba a ser un homenaje preciso o una bifurcación entre universos: aquello que los originales no podían decir o hacer en su tiempo, es posible hoy. Y es cierto que algo de eso hay, que por momentos surge cierta escatología, pero que los Farrelly mantienen todo en el tono clásico de los “stooges”. Tanto es así, que incluso dividen la película en tres partes, como si se tratara de tres cortos de Los tres chiflados, con los separadores históricos. Es por eso que la película, tanto desde la puesta en escena como desde las actuaciones (los tres están perfectos), apuestan más al homenaje que al revival. No se ve tanto un interés por renovar la serie, como sí por mantenerlos tal y cual los recordamos en nuestra memoria: de ahí, que el film tenga los aciertos y las limitaciones obvias de todo aquel producto que, caído el velo de la nostalgia, se revela como algo avejentado e incluso falto de gracia. Muchos momentos de esta película sufren de ese problema.
Los tres chiflados tiene algunas ideas buenas y otras desaprovechadas (no funcionan del todo Larry David y Jane Lynch como monjas), y definitivamente tanto humor físico, a tanta velocidad, durante una hora y media, abruma bastante. Pero entre las buenas ideas, hay que destacar cierta mirada introspectiva a lo que un “chiflado” significa: por un lado, el orfanato en el que viven al comienzo debe ser cerrado por los destrozos causados por el trío; avanzada la película, Moe se involucra en un reality show donde su violencia física genera un hit televisivo. Es esa idea de universo inverosímil que toma vida en el mundo real, con sus consecuencias sociales y administrativas, una de las más refrescantes que tiene la película para dar, y la que confirma a esta película como un homenaje gigantesco a aquellos notables comediantes del golpe y el porrazo (es muy emotivo ver a Curly y Larry mirando a Moe en la tele). Por eso que no se entienden los cuestionamientos desmedidos a esta película: no hay ningún elemento extemporáneo por fuera del original, los personajes son respetados en su esencia y algún exceso melodramático se debe entender en un sentido de progresión dramática. No es una genialidad ni la película más graciosa del año, pero desde ya que algunos momentos de humor físico adquieren esa intensidad de los viejos capítulos con Moe, Larry y Curly. Un homenaje sincero.