Un elenco de lujo aporta su carisma para esta nueva y espectacular versión basada en el clásico relato de Alexandre Dumas. Se trata de la primera de dos entregas, ya que para fin de año está previsto el estreno de Los tres mosqueteros: Milady. Ambas películas se rodaron juntas con un generoso presupuesto total que superó los 70 millones de dólares.
Con casi 50 transposiciones al terreno audiovisual, la novela publicada en 1846 por Alexandre Dumas (dos años antes fue un folletín por entregas en el diario Le Siècle) se ha mantenido como un clásico inoxidable del género de capa y espada para muchas generaciones.
Tras varios proyectos originados en Hollywood (varios de ellos olvidables), la historia regresa a Francia con un díptico (D'Artagnan ahora y Milady en diciembre) que combina todos los elementos indispensables para construir un espectáculo épico y espectacular: una suerte de seleccionado actoral, una realización inteligente a cargo de Martin Bourboulon (responsable de la saga Papa ou maman y de Eiffel), vertiginosas escenas de acción y un enorme despliegue de efectos visuales para la reconstrucción de época. No estamos frente a un film que derroche audacia ni asuma demasiados riesgos artísticos, pero todo aquello que se pensó desde el concepto y el marketing se concretó con indudable profesionalismo.
Charles D’Artagnan (el galán François Civil) es un joven gascón que en 1627 llega a París para sumarse a la guardia de élite del rey Luis XIII (Louis Garrel) y su esposa Ana de Austria (una desaprovechada Vicky Krieps). Allí se encontrará con los ya míticos mosqueteros Athos (Vincent Cassel), Porthos (Pio Marmaï) y Aramis (Romain Duris). Tras un largo período de paz y prosperidad, Francia entra en una época de fuertes tensiones internas y externas con crecientes enfrentamientos entre católicos y protestantes, y las amenazas de ingleses y españoles.
Hay, por lo tanto, en estas dos primeras horas de esta saga unas cuantas intrigas palaciegas, confabulaciones propias de una guerra religiosa y personajes manipuladores como el cardenal de Richelieu (Eric Ruf) y la oscura villana Milady de Winter (Eva Green), que probablemente tenga mayor desarrollo e incidencia en la segunda entrega, que lleva su nombre.
De hecho, tras estas dos intensas horas el final resulta un poco anticlimático (tranquilos: no hay spoiler), ya que se apela a un cliffhanger y aparece el típico cartel: “Continuará” (hay luego una muy breve escena post-créditos). En definitiva, quien espere un film que subvierta los cánones del cine de acción y aventuras no encontrará aquí ningún elemento demasiado revolucionario, pero para los cultores del género con una bienvenida relectura del clásico y un look más moderno se trata de una opción para nada desdeñable.