Los 3D Mosqueteros
Alexandre Dumas serializó Los tres mosqueteros como folletín a lo largo de 1844. Fue el primero de tres libros, “romances” que mezclan lo histórico, lo apócrifo y lo ficticio al reinterpretar una Francia de siglo XVII con una historia llena de intriga y aventura. Alejado de los hechos por más de 200 años, el propio Dumas ya era caníbal de la historia: cambiaba fechas, mezclaba personajes, inventaba motivos.
Donde los historiadores dejaban un espacio en blanco para especular, Dumas rellenaba con su versión sensacional de los hechos, capturando el imaginario popular y reescribiendo la historia por default. Dumas probablemente celebraría la más nueva versión de su obra, Los tres mosqueteros (The Three Musketeers, 2011), como un acto caníbal digno de su pluma. La cuestión es si sus lectores han de hacer lo mismo.
El film se construye a partir de unos pocos capítulos del libro original: D’Artagnan (Logan Lerman ), aspirante a mosquetero, entra al servicio del rey de Francia junto a los célebres “Tres Mosqueteros”, Athos, Porthos y Aramis. El elemento villanesco de la corte incluye al híper demonizado cardenal Richelieu (Christoph Waltz) y sus acólitos Rochefort (Mads Mikkelsen) y Milady (Milla Jovovich). Un complot contra el rey lanza a la aventura a nuestros héroes a lo largo de Europa, en busca de las joyas de la reina con el objetivo de evitar una posible guerra franco-bretona.
Las similitudes llegan hasta ahí. Personajes que deberían morir, viven, y personajes que deberían vivir, mueren. El ideal de “todos para uno y uno para todos” no es tan importante como el de “explosiones, muchas explosiones”. Este camelo es de Paul W.S. Anderson, que al lado de Wesy Paul Thomas hace poca cosa con su apellido. Se le conoce mejor por sus films de acción y sus adaptaciones de video juegos (Mortal Kombat, 1995; Resident Evil, 2002). El texto de Dumas recibe el mismo tratamiento: se lo eleva al estándar de un juego de lucha (Finishhim!, grita Rochefort; Round two!, grita Athos) y de acción-aventura, en el que se reflotan las mejores escenas de Indiana Jones, James Bond e EthanHunt.
Abundan pasillos laser, armas automáticas, herramientas estilo MI6 y barcos voladores “diseñados por Da Vinci”. Si Hollywood nos ha enseñado algo, es que el espectador ha de creer en barcos con ametralladoras sobrevolando el Palais Versailles de 1625 porque alguien en la película dice “Da Vinci”. Su nombre es una especie de amuleto que los escritores invocan a la hora de insertar anacronías propias de la ciencia ficción, como pidiendo por favor que no suspendamos nuestra credulidad.
“La gente me conoce como un director de acción y eso es lo que esperan” dijo Paul W.S. Anderson de la película. Mejor si no esperan más que eso: cuando los mosqueteros no están dentro de la Matrix, el film sufre de pobrísima actuación. El monofacético Logan Lerman , a los 19 años demasiado joven para el papel, debe ser el D’Artagnan menos galante de los cientos que le han interpretado, y Christoph Waltz, desganado Richelieu, interpreta a su malo menos memorable. Aún las mejores interpretaciones (Matthew Macfadyen como Athos, por ejemplo, o el Rochefort de Mads Mikkelsen) sufren por los vergonzosos diálogos.
Cuando no los diálogos, el guión invita a la contradicción y la incoherencia con tal de desplegar nuevos escenarios de acción. Los mosqueteros han de recuperar unas joyas para impedir la guerra, pero comienzan una guerra para recuperar las joyas. Esta paradoja, desprovista de ironía, es un insulto a la lógica. Toda la atención está puesta en las suntuosas coreografías de esgrima kung fu, y la escenografía que las enmarca, que es amplia. Los motivos pocos importan.
Este pequeño y tonto film de acción no es mejor o peor que la mayoría de las adaptaciones de los tres mosqueteros. Se acomoda mediocre entre ellas: cualitativamente, nada le separa de la anterior (y próxima) adaptación. Vale lo que dure en el cine, y quizás sólo por su uso del 3D, que en algo innova al narrar la historia por primera vez en tres dimensiones.Y después de todo, en algo es más que fiel al espíritu de Dumas: deja espacio para una secuela.