Es prácticamente imposible hacer una mala película sobre los personajes creados por Dumas. O mejor, se puede hacer una mala película que igual sea entretenida y cuente con buenos personajes. Los tres mosqueteros en versión Paul W. S. Anderson no es una mala película pero muestra problemas cuando quiere elaborar un discurso sobre los valores, el amor y el coraje. Esos problemas surgen sobre todo debido a la pobreza de muchos diálogos y líneas. Se sabe: Anderson nunca se distinguió por filmar grandes guiones, pero en su cine, lo que los diálogos no alcanzan a construir es repuesto por personajes bien delineados y por una atención puesta en los climas. El director de Mortal Kombat es principalmente un narrador de ambientes que se mueve con comodidad por cuanto género transite. Se nota en Los tres mosqueteros y su aire de aventuras clásico mezclado con ciencia ficción a lo Verne, o en la manera en que la película amalgama esos géneros con un estilo que oscila entre el respeto por la época y el anacronismo modernista (ver los gadgets que usa Milady de Winter o el peinado de Buckingham). Sobre esos pilares y las interpretaciones es que sostiene la última película de Anderson: Cristoph Waltz tiene a su cargo a un Richelieu pérfido y excéntrico que parece hecho a su medida; Orlando Bloom compone a su primer personaje interesante desde la primera entrega de Piratas del Caribe; Mads Mikkelsen hace un villano traicionero e inmoral y demuestra que los personajes malvados y carismáticos (y tuertos) son su especialidad (recordar al de Casino Royale); Luke Evans desgrana una actuación justísima como Aramis, quizás el personaje mejor logrado de toda la película. No importa qué tan malos sean muchos de los diálogos o las vueltas del guión si esos tipos y otros (como el gran Ray Stevenson, que le pone el cuerpo a Portos) son los que se cargan al hombro el relato. Incluso Logan Lerman como D’Artagnan puede hablar un montón de paparruchadas y salir bien parado gracias a su frescura de galancete juvenil y temerario.
Las escenas de acción varían: cuando Anderson deja que sus personajes muestren sus habilidades de espadeo sin demasiados cortes, los combates funcionan visualmente gracias a coreografías y técnicas de esgrima pocas veces vistas en una película de aventuras. O sea, cuando el director confía en el peso de sus protagonistas más que en el vértigo del montaje, la película gana. Algo similar ocurre con la enorme cantidad de géneros y estilos que maniobra Anderson: comedia, tragedia, acción, intriga palaciega, espionaje, bélico, romance, relato de iniciación, etc.; cuando la película hace descansar el peso de esa batería de propuestas sobre las interpretaciones, el cóctel funciona a pesar del cruce caótico y desprolijo, como si los personajes estuvieran suturando el magma de referencias que ensaya la película.
Ese parecería ser el conflicto interno principal de la película: apostar todo a la cantidad y la yuxtaposición o confiar en sus criaturas. Hay momentos en que Los tres mosqueteros no puede detenerse y necesita redoblar la propuesta constantemente: si aparece un barco volador que surca los cielos y es la nueva arma potencial de guerra de la época, entonces hay que poner otro barco más grande y más mortífero y, como frutilla del postre, una flota entera de estos que se dispone a invadir toda una nación. Como muchas películas que se saben débiles a la hora de construir un universo consistente, la película de Anderson opera siempre por acumulación: más géneros, más estilos, más conflictos, más acción (con más enemigos cada vez). Fuera de generar un pastiche con algunos buenos momentos y otros pésimos, Los tres mosqueteros pareciera no atreverse nunca a contar solamente la historia de los personajes del título y del recién llegado D’Artagnan; unas pocas pinceladas dispensadas a cada personaje alcanzan para pintarlo durante el resto de la historia sin buscar relieves o detalles nuevos. Así, tosca, petardista, la película de Anderson camina una cuerda flojísima de la que se cae en más de una ocasión: cuando no está concentrada en los desempeños individuales de los actores, Los tres mosqueteros tiene poco para ofrecer. Y eso tomando en cuenta que el guión parece dibujar temas que no son del todo aprovechados. Por ejemplo, la fuerza de los personajes femeninos que suelen ser las artífices de su propio destino sin importar las barreras morales que haya que demoler o las consecuencias que se deban pagar, como en el caso de Milady de Winter. O la relación entre el rey y la reina que la película utiliza solamente como un instrumento para construir tensión y de los que se burla con sorna relegándolos a los confines de la comedia romántica más tonta. También está la tecnología: Los tres mosqueteros, a pesar de construir una época ambigua en la que un barco volador puede aterrizar en un palacio de Versalles fielmente reconstruido, no aprovecha el choque para pensar algo de la técnica de ese mundo. Estos y otros son los temas que Anderson esboza apenas pero nunca se interesa por indagar, y esa falta de curiosidad seguramente sea el signo más evidente de la comodidad y las falencias de su película.