Soy un envase vacío
Filme épico, con mucha pirotecnia visual y escaso contenido.
Una idea frecuente: que una película de aventuras con imponentes secuencias de acción es, simplemente por esto, buena o muy buena.
Los tres mosqueteros (que se estrena en 2D y en 3D) lo desmiente. Ambientada en Venecia, París y Londres, en el siglo XVII, lleva la acción al paroxismo visual: por ejemplo, a través de batallas entre barcos voladores. Pero la construcción de los personajes y de la trama, en términos dramáticos, son muy endebles. El resultado es como mirar fuegos artificiales: fugaces instantes de deslumbramiento -en el mejor de los casos-; y después, la nada.
Es claro que Paul W.S. Anderson ( Mortal Kombat , Resident Evil ) quiso hacer una versión tan dinámica como liviana y moderna del clásico de Alejandro Dumas. Para eso, ni se esforzó en establecer matices entre los personajes: todos, los “buenos” y los “malos”, se manejan con similar e indolente ironía y, en medio de situaciones que deberían ser por lo menos tensas, lanzan frases burlonas, supuestamente ingeniosas, como si fueran despreocupados inmortales. Un cancherismo que podrá sentarle bien a James Bond, pero no a la totalidad de esta película.
¿Para qué elegir este ilustre folletín, cargado no sólo de aventuras sino también de pasión? ¿Para quitársela? ¿Para poblarlo de elementos del siglo XXI y así justificar su espectacularidad? D’Artagnan, Athos, Aramis y Porthos han perdido acá su esencia: no basta con que repitan mecánicamente el trillado “Todos para uno y uno para todos”. Ni siquiera actores consagrados, en los papeles de personajes históricos, logran lucirse: ni Orlando Bloom como el duque de Buckingham, ni Jilla Jovovich como Milady de Winter, ni Christoph Waltz como el cardenal Richelieu.
Un filme en el que la búsqueda de mercado vence al arte, la tradición, la Historia e incluso al buen cine de aventuras.