¿Adaptarse a lo nuevo o continuar con lo conocido y anticuado? Es una pregunta y a la vez una reflexión que se hacen muchísimas personas, especialmente para evolucionar en el ámbito laboral, en detrimento de los sentimientos y recuerdos que producen el hacer algo en el mismo lugar y con los mismos elementos durante décadas.
Dentro de ese dilema existencial se encuentra un grupo de personas que tienen una característica en especial, la de continuar una tradición que va en vías de extinción, la de ser imprentero, pero no cualquiera, sino de los que utilizan las máquinas tipográficas de fundición, con letras y números de plomo.
Este documental sirve para hacer una aproximación a los entretelones de esta problemática, que afecta a muchos, principalmente a los autónomos.
Los directores Pablo Pivetta y Nicolás Rodríguez Fuchs siguieron durante 5 años a un grupo de entusiastas trabajadores que ven como el tiempo se les escurre entre los dedos mientras crecen las dudas y miedos al futuro próximo.
Los vaivenes temporales se ponen de manifiesto entre dos generaciones antagónicas por la diferencia de edad, pero, no así, por las preferencias a la hora de producir un papel impreso. Todos los entrevistados gustan del método primitivo, porque es un trabajo artesanal al que le dedican su amor y pasión por lo que hacen.
La película es de corta duración, el ritmo es lento, pero no aburrido. La melodía que más suena, y que marca el paso, es el funcionamiento de las máquinas a la hora de imprimir afiches, diarios y libros.
Con un riguroso trabajo y dedicación los realizadores toman como ejemplo a tres grupos humanos, de distinto número de integrantes, para mostrarnos que, en algunos casos la están pasando realmente mal y necesitan vender todo. En otro caso, desmantelan las viejas máquinas e incorporan nueva tecnología. Y, el más llamativo, una pareja integrada por Antonio y Sol, él un francés que habla muy bien el español, que compran algunas de las vetustas máquinas para editar libros, de pequeñas tiradas, con la intención de continuar con la vieja tradición de imprimir, aunque les lleve muchísimo más tiempo que hacerlo de ese modo que con una nueva maquinaria.
Porque es difícil aceptar el implacable progreso y las consecuencias que trae aparejadas, podríamos decir que ellos no son los últimos en ejercer y abrazar con fuerza y alma un antiguo oficio, sino que son los últimos románticos de esta historia.