La inquietante salud de los enfermos
El director holandés se revela aquí como un provocador lúdico, al plantear una comedia entre negra y absurda que transcurre en una mansión claustrofílica y claustrofóbica. Hay encierro, ahogo y perversión, pero en un tono ligeramente amable.
La familia burguesa como encierro, ahogo y perversión es el motivo central en la obra del holandés Alex van Warmerdam, tal como permitían constatar sus dos películas estrenadas en Argentina: Abel, de 1986, y Little Tony, de 1998. Ahora, con su film más reciente, Los últimos días de Emma Blank, este escritor, director, músico y actor (con formación en diseño gráfico, pintura y teatro) vuelve a dar una vuelta de tuerca al asunto, en la que tal vez sea su película más explícita. Como de costumbre, el formato elegido es el de la comedia entre negra y absurda. Formato que permite a Van Warmerdam jugar con un hombre que se comporta como perro, una mujer que le “come la boca” al hijo treintañero y un forastero estrangulado y puesto luego a tomar sol en la playa, con su bronceador, su toallita y su sombrilla. ¿Un Todd Solondz holandés? Sólo en parte: lo de Van Warmerdam es ligeramente más amable, ostensiblemente menos chocante.
No es raro que Los últimos días de Emma Blank esté basada en una obra de teatro escrita por el propio Van Warmerdam: como prácticamente el conjunto de su obra, el opus 7 de este nativo de Haarlem transcurre casi toda en un único decorado, el de la mansión familiar claustrofílica y claustrofóbica. En una cuerda algo más realista que Abel y Little Tony (que parecían transcurrir en peceras de tonos saturados hasta la asfixia), en esa mansión campestre viven una señora cincuentona y su servidumbre. Está dicho y admitido que a la señora Emma (Marlies Heder) no le queda mucho camino por andar, se supone que por culpa de un cáncer. Dato que ella usa como carta blanca para tratar al personal con una desagradable combinación de desplantes, caprichos y abusos. “¡Quiero una anguila!”, exige durante el desayuno, y ahí corre la cocinera Bella (la voluminosa Annet Malherbe, esposa de Van Warmerdam en la vida real). “Voy a pintar”, suspira al atardecer, y la mucama Go-nnie (Eva van de Wijdeven) debe pasarle el siena y el cobalto, para que la señora dé un par de pinceladas y considere concluida su obra.
Peor le va al mayordomo Haneveld (magnífico Gene Bervoets), a quien la señora obligará a usar bigote. “¿Qué quiere, que me lo pegue?”, pregunta él, ligeramente desconcertado. “¡Por supuesto!”, responde la tirana. Pero si a alguien le toca bailar con la más fea es a Theo (el propio van Warmerdam, que suele reservarse papeles en casi todas sus películas). Al comienzo no se sabe si el tipo está totalmente chapita o si está representando un papel al que lo obligan (más tarde se sabrá). Pero lo cierto es que se comporta igual que un perro: duerme en el sofá, corre a buscar la pelotita, hace caca en el parque y, sí, cada tanto corre a “montarse” a alguna de las mujeres de la casa. Que toda esta situación esconde un segundo relato, tal vez hasta un tercero, puede comenzar a sospecharse a partir de ciertos indicios. Alguna alusión a papeles y representaciones por aquí, ciertas extrañas familiaridades por allí (como que la señora le pida al mayordomo que se acueste a dormir a su lado), de a poquito se irá viendo que tal vez la idea de puesta en escena sea consustancial. Tanto como una serie de parentescos cruzados, al comienzo insospechados y extraordinariamente enrarecidos a la larga.
Sello del autor, Los últimos días de Emma Blank es tan divertida como pueden serlo diálogos que más parecen intercambios de veloces escupitajos entre los contendientes. O un tipo que se prueba distintos modelos de bigotes mientras sofoca el evidente deseo de asesinar a la mujer que lo esclaviza. O ese otro tipo que viene con una remachadora y remacha al parquet a una pobre enferma inmovilizada. ¿O es que no es tan pobre, ni está tan enferma ni inmovilizada? Tanto por su aire viciado como por la sistemática, maniática instalación de un doble relato, se podría hacer dialogar Los últimos días... con los cuentos más claustrofílicos de Cortázar: La salud de los enfermos, Cartas a mamá, Casa tomada. Pero es mucho más liviana: por más sordideces y abyecciones que se desplieguen (la última parte es particularmente pródiga en ellas, y por eso tiene menos misterio que la primera), Van Warmerdam suele comportarse como un provocador lúdico, un molestador que descuenta la tácita complacencia del molestado. Del molestado espectador, que si sintoniza la cuerda apropiada podrá pasar un rato desagradablemente divertido.