El nuevo film de Gabriel Drak (su primer film fue “La culpa del cordero”) nos presenta a Perro y Gordo (Juan Minujín y Néstor Guzzini respectivamente), dos amigos de toda la vida, eternos adolescentes que se niegan rotundamente a madurar, que se han asentado en un pequeño pueblo uruguayo y reparten su tiempo entre charlas bohemias, algún trabajo y sus alocados planes para salir de pobres.
A Gordo le han ofrecido trabajo como sereno de un hotel prácticamente desocupado en Pueblo Grande, un pueblo costero uruguayo completamente alejado del mundanal ruido.
Este hotel ha sido comprado por inversores europeos que solamente lo utilizan algunos pocos fines de semana en el año, razón por la cual se encuentra mayormente desocupado y es entonces el escenario ideal para que estos dos amigos desarrollen sus proyectos más delirantes que van desde escribir juntos un guion de cine que sea comprado por Hollywood y puedan, de esta forma, hacerse ricos y famosos, hasta plantar marihuana en un invernadero montado dentro del mismo hotel.
Tan fuerte es su amistad, que cuando Gordo acepta el trabajo, Perro se muda a ese lugar inhóspito casi sin dudarlo, arrastrando a su familia y muy a pesar de la oposición de su mujer (Vanesa Gonzalez, en un papel que no le permite lucimiento alguno y que es, sin lugar a dudas, el peor escrito de la película).
Toda la primera mitad del filme, Drak propone una descripción pormenorizada del vínculo que une a estos dos amigos mientras va acompañándolos con algunas situaciones de la vida cotidiana de este pueblo tan particular.
Luego de una extensa presentación de los personajes, en donde se pierde un poco el timing de la película y donde el director no logra definir con claridad las líneas de acción que propone, se presenta otro personaje que será central para la trama: el nuevo inspector de policía del pueblo, el Inspector Chassale, que con sus métodos tan poco ortodoxos y su indudable ironía, cambia el tono de toda la primera parte, tan bucólicamente pueblerina.
Chassale llega a Pueblo Grande traicionado por el Jefe Santos, su mejor amigo quien no solamente le ha quitado la posibilidad de quedarse con el cargo de Jefe de la Policía Nacional sino que también lo ha engañado con su mujer y ha cursado su traslado a ese pueblo olvidado en el mapa, como el último escalón en su plan de venganza.
Allí Chassale se encontrará con los únicos dos policías con los que cuenta el pueblo: Nuñez y Sosa, dos agentes completamente antagónicos, que juegan a reforzar una historia en donde permanentemente se subrayará la participación de buenos y malos, de una manera demasiado obvia, sin darle lugar a todos los grises que puedan aparecer dentro de los personajes.
El delicado equilibrio que une a los protagonistas, se rompe por completo cuando Perro encuentre un bolso con cuatro millones de euros dentro del cuarto de una pareja de ancianos que ha fallecido.
Tal como ha pasado en “Tumbas al ras de la tierra”, el excelente thriller de Danny Boyle o en cierto modo en “Sin lugar para los débiles” de los hermanos Coen, un bolso lleno de dinero dispara múltiples cursos en la acción y genera, casi irremediablemente un aroma de thriller que cambia por completo el tono en el que Drak venía narrando toda la primera parte de la historia, haciendo que la película comience a tomar vuelo propio y plantee, tal como sucede en otras películas con una temática similar, como el dinero corroe los vínculos personales y la amistad, planteando un juego de traiciones y dilemas morales a los que deben enfrentarse los personajes.
Es así como de un fallido tono de comedia costumbrista, “LOS ULTIMOS ROMANTICOS” se encasilla en su último segmento, en un clima de thriller negro donde aparece la ambición, la codicia, la culpa y las traiciones propias de la impunidad que propone el dinero, rompiendo con algunos pactos implícitos.
En este tramo, la película gana en contundencia y logra darle cuerpo a una historia que pecaba de una construcción muy endeble. A este sólido tercer acto -muy por encima del promedio del resto del filme- se oponen por un lado, un Ricardo Couto muy fuera de tono en su personaje de Chassale, como si estuviese en otra película diferente, con una composición de trazos mucho más gruesos que el puntilloso delineamiento de Gordo y Perro que Drak nos propone durante todo el filme y por el otro, una acumulación de vueltas de tuercas en las últimas escenas que quizás, para su mayor efectividad, hubiesen necesitado un poco más de desarrollo.
Con lo cual “LOS ULTIMOS ROMANTICOS” luce desbalanceada, se toma un tiempo extremadamente largo para la presentación del pueblo y sus personajes para luego acumular, con cierta torpeza, todas las vueltas de tuerca juntas quedando demasiado agolpadas.
De todos modos, ese pasaje final es el que demuestra la mayor solvencia de Drak como guionista, donde encajan todas las piezas del rompecabezas y es el que salva el promedio de esta coproducción argentino-uruguaya con muy buenas actuaciones en los protagónicos de Néstor Guzzini (con participaciones en “Severina” “El 5 de Talleres” y “Mr Kaplan”) y nuestro Juan Minujín (“Vaquero” “Un año sin amor” “Dos más dos” y también reconocido por sus personajes televisivos tan disímiles como los de “100 dias para enamorarse” o “El Marginal”).