Hay algo vivo en los personajes imaginados por Gabriel Drak que con el correr del metraje y la narración comienza a evaporarse. Tres personajes lideran una historia en la que la contrapropuesta a “el mundo es de los hijos de puta” no termina por cuajar con fluidez, perdiendo fuerza con cada decisión, desacertada, siempre, que la pareja protagónica asuma.