Aquí y ahora: semillero de guerra
El futuro llegó y Los Últimos (2017) de Nicolás Puenzo lo ratifica. La trama desde la primera escena trasluce el clima apocalíptico y tóxico de la guerra por el agua. El mensaje es unilateral: denuncia los daños colaterales, producto de la ambición industrial y la desinformación. Aquí los refugiados son el portavoz de la cruda realidad y su supervivencia el conflicto que nutre la premisa.
Este disparador pone en alerta al espectador y a través del marco de una road movie existencial, visceral, refleja el caos de la ilógica geopolítica vigente que desde el año 2010. La misma que a raíz del abuso tecnológico y manipulación a conciencia del propio hombre con drones va en detrimento del desarrollo sustentable de la humanidad. Puenzo subraya desde esta road movie anclada en lo sensorial, no pictórico, quién es el único responsable de la catástrofe universal y cómo el abuso de poder no tiene limites.
Aquí el público queda a merced de ser testigo de un presente aterrador operado por hombres alineados y maquinarias en menoscabo al raciocinio. La película deja en evidencia la urgencia de pasar de ser testigo a tomar las riendas del asunto, generar conciencia y proteger hoy los recursos naturales para frenar la escasez.
¿Estamos a tiempo de honrar la Pachamama? Puenzo, cámara en mano, viaja junto al formidable elenco protagónico durante cinco semanas a Bolivia, Chile y la Cordillera Argentina para registrar en esta ficción la respuesta que los medios no dan.
Así, la ficción por momentos se impregna del espíritu documental-ensayo; rememora que en 2016 se declaró la guerra por el agua en Bolivia y subyace lo bello a lo tóxico. El guión pivotea entre el género de ciencia ficción, realismo, thriller, bélico y western embebido en un montaje cuya estética gris, polvorienta, rememora la película Mad Max: Furia en el Camino (Mad Max: Fury Road, 2015), de George Miller, y roza la psicología conductista de Harold Laswell y su teoría de la aguja hipodérmica.
Los Últimos se centra en el espacio-tiempo presente donde prima la vida por sobre la muerte en un territorio devastado por la ambición de una corporación minera. El triplico de sus personajes forja un híbrido entre culturas: dos refugiados (Peter Lanzani y Juana Burga) a la espera de un bebé y un fotoperiodista (Germán Palacios) que manipula las fotos para el funcionamiento de los MMC. En este sentido, es interesante como la Guerra por el Agua tiene la esperanza en el niño como símbolo de unión, movimiento, lucha y devenir de un futuro próximo.
Entretanto, en este camino cíclico la dupla Lanzani-Burga se encontrará con la ayuda de una médica (Natalia Oreiro) que los auxiliará para lidiar con la situación emergente y guiará a contramano del maquiavélico plan impulsado por el contratista minero (Alejandro Awada) y su socio (Luis Machin).
Los minutos avanzan y la idea de Los Últimos cobra fuerza mediante aristas sonoras y elementos llave que pintan un cuadro lejano a la lógica del western americano pese al avance al ritmo de la frase “la serpiente que se muerde la cola” como retórica y pulso del film. Este método cautivante despierta y alerta al público: lo transforma en aliado bajo el anhelo del encauce próspero y digno. Aquí la sonoridad de las voces que replican en el idioma nativo parlante de la pareja-ATP-“ayuda”; es clave y causal. La fuerza del ensamble de vocablos entre el quichua y aimara es la resistencia que traspasa la pantalla.
Párrafo aparte para la dirección de arte y fotografía a cargo de Marcelo Chaves, Matías Martinez y Nicolás Puenzo; respectivamente. El límite pictórico genera credibilidad y la utilería donde prima el litio, cobre, EL plomo, la bazooka retratan este cuadro tóxico entre planos y contraplanos donde prevalece la economía menos es más. La luminosidad solar juega con la posición del astro, las tomas del triplico actoral y el significado de los colores.
La naturaleza oscila entre el azul y amarillo en referencia a la pureza y se entremezcla; al verde, negro, rojo de la ciudad tóxica. Estos cortes alegóricos realzan el peso entre lo real y lo pictórico. En efecto, las escenas de exteriores únicamente tuvieron el retoque del color. Cabe destacar que la estética también se sirve de lo corpóreo: la belleza innata del elenco se ensucia sin piedad, ejemplo de ello es como el actor Pater Lanzani se luce en su rol y asumió el desafío personal de bajar 10 kilos para interpretar su personaje y superó con creces a Christian Bale.
Los Últimos logra su objetivo: funciona como semillero de investigación. “Los últimos serán los primeros” dice la trillada frase y en horabuena llega la ópera prima de Nicolás Puenzo que propone generar conciencia a la masa. Ojalá esta aguja hipodérmica fiel a la psicologìa conductista de Harold Lasswell surta efecto en detrimento al mensaje subliminal que propician los medios de comunicación manipulando información para dominar la Pachamama. Indudablemente esta apuesta no pasa desapercibida. El espectador saldrá inquieto de la sala y talvez dispuesto a buscar información sobre el presente aterrador de los recursos naturales, su escasez y rol de las corporaciones frente a la problemática.