ETERNA JUVENTUD
La camioneta se detiene sobre la loma y los ocupantes bajan. Desde allí, los vagos –amigos de siempre– junto a las chicas que recién conocieron en la estación de servicio, observan la fiesta que ya comenzó al aire libro misionero: banderines, barras, luces tenues, baile, música a todo volumen, vasos que circulan con alcohol y jóvenes que deambulan entre la pista designada y los alrededores. Si bien todos se integran rápidamente, con el correr de los minutos cada chico se separa para conquistar a alguna de las presentes. Las vacaciones, la promesa de un último verano adolescente y el acercamiento de un futuro cargado de responsabilidades son los ejes que convierten dichos meses en experiencias inolvidables a cualquier costo, por lo menos, hasta que los rayos de sol, la resaca y los vestigios del festejo exponen el final transitorio hasta la próxima juntada.
Esa misma invitación genera contrariedad respecto a la forma en la que Gustavo Biazzi construye su ópera prima. Mientras realiza un trabajo interesante en el despliegue natural y verosímil de los lazos entre los amigos y del reencuentro a través de los diálogos, los gestos, la complicidad, la breve convivencia, las fiestas y hasta refuerza el vínculo con un pasado extradiegético. Por ejemplo, cuando aparecen los padres de los chicos, la familia de Ernesto en Misiones o la casa donde hacen los asados, Los vagos postula como eje de pertenencia al universo masculino que no excluye a la violencia hacia la mujer.
El primer ejemplo es el cambio del protagonista en el ámbito doméstico. En Buenos Aires se lo ve lavando los platos, guardando la comida, ordenando la ropa o comprando el pasaje para viajar pero ni bien llega a Misiones le da la ropa a la madre y se va con los amigos. También se distancia repentinamente de Paula, su novia misionera que también vive en Buenos Aires. Por su parte, todos parecen al acecho: las chicas de la estación de servicio y de las fiestas, la cajera del supermercado, la médica e, incluso, la juntada de plata para que se escuche a uno de ellos diciéndole a una prostituta cómo le gusta que le hagan el sexo oral. Hasta el padre de otro les dice lo tontos que son terminando la noche en el hospital y no con una chica. Y las mujeres parecen no encontrar una voz del todo potente para denunciar aquellos atropellos.
El fin del verano y el retorno al departamento en un intento de vida casi adulta parecen hacer mella en Ernesto, quien no termina de pertenecer al pasado misionero ni al presente porteño. Envuelto en la soledad y en el cuestionamiento de sus acciones que lo llevaron a ese estado, el protagonista intenta distanciarse de lo ocurrido y empezar de nuevo. Pero, a veces, la necesidad de pertenecer es más fuerte. Entonces, se deja arrastrar una vez más por la camaradería y el brindis por ese momento único mientras suena de fondo Llegó tu papi, el himno de cada celebración. Una nueva promesa para saborear, aunque sea por un instante, lo que ya no volverá.
Por Brenda Caletti
@117Brenn