Ernesto (Agustín Avalos) nació -como el director de la película- en Posadas, pero vive en Buenos Aires. Tiene una novia que está a punto de recibirse de abogada y ambos vuelven a Misiones con la idea de pasar un tiempo allí para luego viajar juntos de vacaciones a Florianópolis. Una vez de regreso al lugar de origen surgen las primeras tensiones. Cada uno empieza a salir cada vez más seguido con su grupo de amigos y, durante esas interminables noches de baile y alcohol, empiezan las tentaciones.
Esta ópera prima del reconocido director de fotografía Gustavo Biazzi está ambientada a finales de la década de 1990 y es un atractivo exponente del subgénero coming-of-age narrado con elegancia pero sin virtuosismo exagerado, con fluidez, pero sin excesos (ni abuso nostálgico), con una verosimilitud y naturalidad que no son fáciles de conseguir en escenas grupales donde una línea de diálogo o un gesto fuera de lugar puede arruinar el trabajo colectivo.
Es de esas historias que la nueva comedia norteamericana de los Judd Apatow o los primeros films de Richard Linklater narraron muchas veces, pero con una dimensión local (en este caso propia del litoral argentino) tan palpable como inimitable que se percibe y se agradece en cada plano. El realizador y sus muy buenos intérpretes exploran a fuerza de empatía y un tono justo marcado por un humor sin estridencias los códigos de la lealtad masculina que esconden cierto machismo y exponen el vacío, el desconcierto, la incomodidad, la dificultad de asumir compromisos y responsabilidades. El camino a la adultez está lleno de deseos y búsquedas, pero también de obstáculos.