La era de la alegría
La segunda entrega de ‘Avengers’ es un festival de liviandad y por eso nos gusta.
Hay algunas cosas que me molestan de las películas de Marvel: la histeria que las rodea y que por momentos parece contaminar todo como si en el mundo del cine, o incluso de Hollywood, todo tuviera que ver con esas películas y nada más; la estructura calcada de cada una de ellas, que más allá de las particularidades de cada superhéroe o de cada supervillano siempre terminan con un tercer acto de pelea coreográfica y megalómana en donde se rompen autos y ciudades pero que casi nunca transmite tensión; y, finalmente, un problema que es más bien mío y que está relacionado también con las series de televisión que tienen una estructura parecida como Los Expedientes X o Fringe y es esa mezcla de unitario con historia que va continuando de un capítulo a otro, como si hubiera acontecimientos de primera, aquellos que te dan una pista de la historia “macro” y que suelen ir soltándose con cuentagotas, y acontecimientos de segunda, los que están contenidos dentro de la historia de ese capítulo.
Porque lo que llamo “las películas de Marvel” son once películas -incluyendo Avengers: Era de Ultrón- que comparten un mundo que se ha dado en llamar Marvel Cinematic Universe y en el que se pueden incluir también -hasta ahora- tres series de TV, algunos cortos y obviamente todos los comics en los que se inspiraron. Resulta un poco cansador para alguien que no está familiarizado previamente con cada personaje y que no fue siguiendo los teasers, los trailers, lo paneles en las Comic Con, los anuncios y los tuits de cada uno de los protagonistas -actores, guionistas, directores, productores- disfrutar al máximo de todo esto, o al menos como parece que lo disfrutan los fans. Yo suelo ser de los que prefieren entrar vírgenes al cine y creo que no es esa la manera ideal para disfrutar estas películas en su plenitud.
De todas formas, todas estas películas tienen un piso de calidad y algunas son muy buenas. El superproductor Kevin Feige es una especie de genio que logró encontrar un tono zumbón que realmente es muy divertido -nacido a partir de Iron Man, un poco el superhéroe insignia de esta banda- y que es el opuesto al de, por ejemplo, la tragedia de la trilogía de Batman de Christopher Nolan (que pertenece al archirrival de Marvel, DC).
Avengers: Era de Ultrón está entre las mejores y quizás sea la mejor. La anterior, Guardianes de la galaxia, había sido la más disparatada y la que con ese soundtrack de canciones pop parecía transcurrir en un mundo ligeramente más parecido al nuestro. Pero tenía el problema eterno de un último acto en el que prácticamente no importaba nada más que la pirotecnia y las acrobacias y que, al menos a mí, no me mueve un pelo. (Para entender cómo la megalomanía no necesariamente va de la mano de la intensidad dramática, ver el último acto de Argo.)
Pero acá la franquicia vuelve al carril usual después del paréntesis ultrafestivo de Guardianes de la galaxia y vuelve también a Joss Whedon, el director que había dirigido la primera entrega y que quizás sea quién mejor entienda lo que pretende Feige: liviandad, humor, personajes queribles y satisfacer a unos fans que conocen muy bien.
La película empieza casi donde terminó la anterior. En la escena post créditos de Capitán América y el Soldado de Invierno -porque todas las películas de Marvel tienen una escena post créditos que suele funcionar como el tan odiado (y un poco amado también) “to be continued” de las series que veíamos de chicos y que nos informaba que no íbamos a saber cómo nuestro héroe lograría vencer al villano sino hasta el otro día después del colegio- aparece el Barón Strucker (Thomas Kretschmann) a cargo de Hydra, una organización terrorista que parecía estar desactivada, con el cetro de Loki y dos nuevos superhéroes a quienes está entrenando: Quicksilver (Aaron Taylor-Johnson) y Scarlet Witch (Elizabeth Olsen, la hermana talentosa de Ashley y Mary-Kate). Al comienzo de Avengers: Era de Ultrón, nuestros seis superhéroes están atacando la base de Hydra para recuperar el cetro.
Después de una divertida secuencia de acción, quizás disfrutable porque nos agarra despiertos y con fe, con esperanza y con deporte, empieza la película con una fiesta en la Torre de los Vengadores y varios diálogos socarrones y toda la mística de los oneliners que se dedican mutuamente. Ahí Tony Stark (Robert Downey, Jr.) crea a Ultrón usando tecnología de inteligencia artificial robada de Hydra y Ultrón pronto se les vuelve en contra: su objetivo es lograr la paz mundial y él considera, quizás no tan equivocadamente, que para eso es necesario acabar con la raza humana.
Ultrón es el villano de esta Avengers, de esta onceava película del Marvel Cinematic Universe, el villano “de segunda” -porque está contenido dentro de este “capítulo” de la serie- a diferencia de Loki o del todavía apenas insinuado Thanos. Aún así, es de los mejores villanos la franquicia, con la voz de James Spader que porta una ironía deliciosa.
Pero Ultrón es un villano que no asusta y dura poco: quizás sea una búsqueda en la línea de la liviandad que maneja Whedon, pero lo cierto es que la película, a través de Ultrón, elige el camino del humor antes que el de la tensión dramática. Esto, en mi opinión, es muy positivo. En primer lugar porque nos libramos del maldito tercer acto interminable y también porque este es el costado de la franquicia que al menos yo más disfruto. La próxima película será Ant-Man, se va a estrenar en julio, y el protagónico de Paul Rudd hace adivinar que la cosa va a seguir por esta senda feliz.
Whedon además de privilegiar el humor por sobre la acción -pero hay acción, no se asusten- decide profundizar en los personajes: sobre todo en Hawkeye (Jeremy Renner) y su familia y en la relación entre Bruce Banner (Mark Ruffalo) y Natasha Romanoff (Scarlett Johansson). La sensualidad que le pone Johanson a su superheroína cuando intenta calmar a Hulk para que vuelva a ser Banner es fuera de lo común y esa primera escena demuestra que a Whedon no le incomoda el corset de Marvel y es capaz de jugar dentro de sus reglas con mucha libertad.