La NBA de los superhéroes
Una máxima no escrita sobre el arte popular dice que si algo entretiene es válido. La secuela de la exitosísima Vengadores hace acordar y mucho a esa máxima. Primero: sus dos horas y media pasan veloces como Quicksilver, el mutante antihéroe (y luego héroe) que introduce esta saga. Segundo: pese a las tramas secundarias y retorcidos argumentos para presentar una simple acción (la búsqueda de un metal ultradenso, por ejemplo, que dispara la batalla entre los Vengadores y su némesis), el interés nunca decae.
En su permanente búsqueda por mejorar aleaciones y demás adminículos, Tony Stark, alias Ironman (algo así como el Steve Jobs del cómic), tropieza con una nebulosa de energía azul que resulta afín a sus intereses, hasta que la energía se materializa en Ultrón, un robot de inteligencia superior que infiltra todas las redes y crea su propio ejército. Pero Vengadores 2: La era de Ultrón no sería un film redondo sin la inclusión de los gemelos mutantes Pietro y Wanda Maximoff, alias Quicksilver y Scarlet Witch, que con su velocidad (el primero) y poderes de encatamiento (la segunda) complican la tarea de Ironman, Thor y el resto del equipo. El film está superpoblado de in-jokes o bromas para conocedores (“sos muy inocente”, se burla Ultrón de su creación, Visión, y este le responde: “Es que nací ayer”), y aunque se siente el abuso, el estilo refleja la comodidad del director Joss Whedon para hacer su trabajo. El secreto no está en la historia sino en la interacción. En vez de jugarse por lo bueno y malo de un personaje, los Vengadores son una NBA que hace jueguito todo el tiempo, sin estar pendientes del resultado del partido. Con la franquicia del cómic en manos de Whedon y el veterano Stan Lee, hay Vengadores garantizados para rato.