Más grande y entreverada que las anteriores
A principios de abril, los realizadores Anthony y Joe Russo publicaron un tweet pidiendo a los futuros espectadores de Avengers: Infinity War que por favor mantuvieran discreción sobre la trama: querían, dijeron, que “todos los fanáticos tengan la misma experiencia al verla por primera vez”. Allí también enunciaron el mantra fundamental de la ética de reciprocidad que rige el consumo audiovisual del siglo XXI: “No le spoilees a otros, así como no querrías que te spoileen a vos”. Da toda la sensación que a los Russo les importa más conservar bajo siete llaves las mil vueltas de guion que cualquier crítica negativa contra el resultado de su trabajo, todo un síntoma de la tiranía del argumento que supo construir el mundo de Marvel, con su Universo Cinematográfico expandiéndose en cine, tv y streaming… hasta ahora, dado que Infinity War ensaya algo así como el principio del fin que llegará en 2019 con la cuarta Avengers. Y ojo que esto último no es spoiler ni nada: hasta el mismísimo presidente del estudio, Kevin Feige, confirmó que el año que viene se iniciará un nuevo periodo de los encapotados.
Que los Russo se queden tranquilos tomando caipiriña en Hollywood, porque se necesitaría este diario entero para contar todo lo que sucede en las dos horas y media de metraje. Desde ya que a aquellos neófitos con ganas de acercarse por primera vez a Avengers se les recomienda evitar Infinity War, quizá la película menos autónoma y más enraizada en la historia macro que viene desarrollándose desde 2008. Como si se tratara de un Aleph superheroico, los diez años de Marvel confluyen en una película aún más grande y voluminosa que las anteriores. Una que entreverá personajes de la primera generación en plan despedida (Iron Man, Thor, Hulk, Loki, Capitán América) con aquéllos que continuarán el legado (Pantera Negra, el Hombre Araña, los Guardianes de la Galaxia), y que al habitual despliegue de acción, destrucción de ciudades, guiños y chistes autorreferenciales (otro cameo de Stan Lee y van….) le suma una pátina existencial y oscura hasta ahora ausente en la saga. Porque, claro, Infinity War quiere ser muchas cosas. Que lo logre o no es otra cuestión.
Igual que Thor: Ragnarok, aquí se evidencia el tironeo entre la voluntad de asumirse como objeto pop y la imposibilidad de abandonar el tono trágico, casi sepulcral, con que los protagonistas dirimen sus dispuestas internas y externas. El mérito de los Russo en medio de esa neurosis del ADN de Marvel es conseguir una relativa homogeneidad entre todas sus partes haciendo que todo lo que sucede sea pertinente y necesario para que el relato avance a ritmo regular, corriendo cuando deben hacerlo y parando cuando la fluidez lo reclama. Hay decenas de escenarios y sin embargo se entiende dónde transcurre la acción, quiebres de guión bien distribuidos, una docena de protagonistas que se complementan sin superponerse y, la yapa, un buen villano enfrente. Thanos, como todos los malos, persigue el objetivo de destruir el mundo, con la salvedad que lo suyo no es megalomanía sino el intento de aliviarle a la humanidad el sinsentido de vivir. Para eso deberá conseguir las Gemas del infinito, un grupo de piedras que, unidas, le permiten al portador controlar el universo. ¿Lo logrará? La respuesta llegará en 2019. Paciencia, ya se acaba.