Cuando termina Avengers: Infinity War (obligatorio quedarse hasta después de los créditos), uno entiende el marketing espasmódico y agobiante que envolvió a este proyecto: todo lo que Marvel Studio construyó hace 10 años, película tras película, llega a su clímax en estas dos horas con 40 minutos.
No es un clímax cualquiera. Marvel Studio se esforzó por tejer una macronarrativa en donde sus 18 películas tengan cierto feedback. Ha logrado un entramado laberíntico, con personajes que se filtran en otras historias pero no como graciosos cameos, sino como aleteos de mariposas que provocan cambios en futuras producciones. Infinity War, en este sentido, es el crossover supremo, la solución final a tantas contaminaciones o juegos de pasajes.
Infinity War es la sumatoria de todos los clímax, un orgasmo multitasking que deja al espectador boquiabierto. También vacío, claro. ¿Qué más se puede hacer después del tercer acto de Infinity War? ¿Cómo lograr, otra vez, semejante intensidad en un filme de superhéroes? Después de esta película, Marvel Studios deberá repensarse por completo. ¿Deberá? Es probable que los próximos pasos ya estén calculados, listos para ejecutarse en lo que el estudio denomina “Fase 4”.
Más allá de la especulación, hay una singularidad que enaltece a Infinity War: su atrevimiento. No sólo es un riesgo narrativo, metafóricamente implica la desintegración del marketing acumulado a lo largo de tantos años. Heroísmo anticapitalista que, de consumarse y no ser una treta para enloquecer al fan, valdrá un fuerte aplauso y un ejemplo a seguir para todas aquellas producciones que cuando lanzan un hit derivan en sagas aplomadas.
Aunque el desenlace destroce la psiquis del espectador, no hay que restarle mérito a la construcción eficaz y ordenada de Infinity War. Los directores Anthony y Joe Russo superaron el desafío de converger múltiples tramas. Es cierto, cada personaje hereda un conflicto, ya posee densidad y complicidad, no obstante la compaginación podría haber resultado desastrosa, una mixtura de tonos provocando la sensación de estar viendo varias películas en una.
No: Infinity War se mueve, literalmente, por diversos planetas y crea grupos surtidos de personajes sin desestabilizar su dinámica. Spider-Man puede tener diálogos con Quill sin que nos haga ruido, Groot puede encariñarse con Thor sin que parezca un martillazo de guion, Capitán América puede llegar a acuerdos diplomáticos con Black Panther sin que luzca como una pirueta política de DC. Estamos ante una película polimórfica pero jamás deforme.
La facultad de los hermanos Russo para serpentear entre tantos escenarios y subtramas sin desintegrar la identidad del filme también se explica por la estética que forjó Marvel Studios. La simpleza psicológica y el humor desenfadado de Iron Man, del 2008, son los mismos que marcan el pulso de esta producción del 2018, y que la hacen tan liviana y accesible. Una mente maestra organizando una impronta para el género de superhéroes.
¿Cómo seguirá la macronarrativa? Nadie podrá adivinarlo: con Infinity War esta mente maestra alcanzó el nirvana y ya no distingue el bien del mal.