LA CULPA DEL SOBREVIVIENTE
El de Los versos salvados, dentro de la amplia propuesta de documentales que intentan indagar en los años de la última dictadura argentina, es un caso especial. Como es especial el caso de Celina Amalia Galeano y Fernanda Galeano. Celina fue secuestrada y torturada cuando estaba embarazada y liberada luego de dar a luz. No hubo desaparición ni apropiación del bebé, único caso de estas características según los registros oficiales. En ese marco de singularidad, lo que hace el documental de Gabriel Szollosy es indagar más en el después, en el presente de estos personajes, antes que aquellos hechos y en el pasado, que queda permanentemente en sombras y sin profundizarse demasiado. Esto puede parecer una falla de la película, pero se comprende una vez que se desanda el camino de Celina y su forma de afrontar su propia historia. La protagonista estaba casada con Osvaldo Balbi, autor del libro infantil El elefantito, prohibido por la dictadura. En agosto de 1978 su casa fue allanada y se los llevaron a ambos: “me llevaron por mi compañero”, comenta Celina. De Balbi no se supo nunca más nada y su figura permanece como desaparecida.
Ni bien comienza Los versos salvados, Fernanda cuenta un enojo que tuvo con su madre cuando adolescente: le recriminaba que no la quería lo suficiente. Pero fue ahí cuando Celina le contó lo que había pasado en el centro de detención El Vesubio (en La Matanza), cómo la habían torturado a ella y, claro, a su hija que estaba en el vientre. La discusión entre ambas quedó clausurada con una definición de la madre, algo así como para qué revolver el dolor cuando se tiene la vida y hay que seguir con ella, incluso cuando hay que justificarla. La culpa del sobreviviente se impone como una sombra angustiante sobre la figura de Celina. Algo similar hace Szollosy, que deja esa situación en el espacio de las anécdotas y avanza más preocupado en el presente de ambas mujeres: la madre, que sigue dedicada al mundo de las letras, vive en un pueblo en Uruguay, mientras que la hija da clases en la Facultad de Ciencias Veterinarias en General Pico, provincia de La Pampa. En ocasiones, la película le exige a Celina la lectura a cámara de sus propios textos, y ante la emoción de la mujer el director elige cortar las escenas. Hacer evidente este procedimiento es una forma, también, de decir que de nada sirve volver sobre el dolor si sigue causando dolor. No al menos desde un punto de vista exhibicionista.
Además de esa discusión del pasado sobre la que no se quiere indagar más, hay un dato que aparece hacia el final del documental, relacionado con la figura del padre, sobre el que tampoco se profundiza. Ahí regresa la idea de que detrás de la historia de Los versos salvados hay muchas otras historias para contar y más pasado para conocer. Pero como deja entrever un episodio que se narra en el prólogo, cuando aquel grupo de tareas invadió el hogar de Celina y Osvaldo se llevaron muchos libros y escritos, aunque unos pocos versos se terminaron salvando de la requisa. Esos versos terminan siendo clave en este relato. Es que de esa manera antojadiza y azarosa se construyen los recuerdos que determinan la Historia. Ese mismo azar por el que Celina no puede explicar su propia liberación. Lo que hace Szollosy pues es sostener ese punto de vista, ser justo y coherente con su protagonista. El suyo no es tanto un documental de denuncia como uno de exposición. Y el pasado y los recuerdos tienen los límites que uno mismo decide imponer.