Colonizando Liliput
Lemuel Gulliver es un personaje creado por Jonathan Swift para su novela publicada en 1726, donde narra una serie de viajes apócrifos, todos realizados por el capitán Gulliver. En uno de esos viajes el capitán llega a Liliput, un reino habitado por seres diminutos. Ese es el tramo de la historia que nos cuenta el director Letterman, claro que con algunas modificaciones no menores.
Con su histrionismo habitual -para tomarlo o dejarlo- Jack Black toma el nombre de Gulliver pero no su rango de capitán sino que en realidad es un empleado mediocre en una empresa editorial. Desde hace años se dedica a repartir el correo entre el personal, y nada indica que deje ese puesto. Treintañero pavote, fanático de "Star Wars" y adicto al Guitar Hero, es incapaz de invitar a salir a una de las empleadas del lugar, de quien está enamorado. Su torpeza en cuestiones amorosas lo llevan a engañarla y hacerle creer que es capaz de hacer una crónica de un viaje. Y es entonces cuando el buenudo de Gulliver emprende una travesía que obviamente cambiará su vida.
La película es simpática, tiene momentos graciosos y tecnicamente está a la altura de lo que hoy en día ofrece la tecnología digital aplicada al cine. El punto es que de la ironía de la obra original no hay ni rastros y mucho menos de su trasfondo crítico. Por el contrario, en el filme Liliput es absolutamente colonizada por Gulliver, quien no demuestra el más mínimo respeto por las costumbres del lugar y hasta les impone su "american way of life" a los pequeños habitantes del reino. Se crea un Guitar Hero de Kiss pero con personitas, crea un Times Square a su gusto y hasta les cuenta como propias las aventuras de Luke Skywalker. La aculturización en máximo grado, y sin vergüenza alguna.
Para matizar el asunto y que las cosas sean como dicta el manuel de género, hay un villano que por obvio hace que el protagonista sea un héroe.
Con todo, se trata de una aventura entretenida para gusto de los más chicos.