Desfachatada y expansiva como su protagonista, Los viajes de Gulliver es una insólita nueva versión del clásico literario de Jonathan Swift, y si se dejan prejuicios de lado garantizará un momento divertido para todo tipo de público. Jack Black es un actor, cantante y músico que desde su memorable papel secundario en Alta Fidelidad se volvió una suerte de ícono de la nueva comedia americana. Y supo patentar además un personaje que lo llevó a descollar en un film que ya es un clásico de la década recién finalizada: Escuela de Rock. De todos modos también fue capaz de exponer otros matices en films como King Kong, El Descanso y Jesus’ Son.
Y así como en Kung Fu Panda el animalito luchador fue creado a su medida, aquí Lemuel Gulliver gira asimismo alrededor de su particular histrionismo. Aún basado en el rol que imaginó su autor hace casi tres siglos atrás, este más que aggiornado Gulliver es un embustero y hedonista repartidor de correo de un diario newyorkino, que en un paseo en bote se internará en un remolino, suerte de pasaje dimensional al reino de Liliput. Allí se sentirá a sus anchas para hacer de las suyas, transformando a sus habitantes en sus súbditos incondicionales. Y además transgrediendo sin pausas sus tradiciones y hábitos, que es en donde reside el principal aporte humorístico de esta recreación, con algunos gags muy logrados. Más allá de alguna guarrada innecesaria y que poco y nada ha quedado en el guión de las alegorías políticas y sociales de Swift, Los viajes de Gulliver, con sus paródicos homenajes al cine y al rock incluidos, y teniendo muy en cuenta -con sus pros y sus contras- que Black es el único y auténtico eje de la propuesta, redondea un aceptable pasatiempo.