Deslucida adaptación de un clásico
La nueva versión del clásico de Jonathan Swift tiene como figura central al comediante Jack Black, también productor. Al finalizar el film, no sabemos si es más irritante el deslucido guión o el poco atractivo de los efectos visuales.
Ya lo sabemos: Hollywood suele encasillar a sus figuras. Sobre todo, si son cómicos. Le pasó a Jim Carrey, aunque alterna sus morisquetas con algún papel “serio”. Algo similar ha ocurrido con Ben Stiller y Adam Sandler. Como en el caso de Carrey, suelen aparecen de tanto en tanto en algún producto de riesgo, en donde las más de las veces pueden destacarse. Exceptuando la genial Escuela de rock (The School of Rock, Richard Linklater, 2003), la comicidad de Jack Black siempre fue así, autosuficiente, como si sus muecas y torpezas varias bastaran para darle autenticidad a los relatos. Pero, ¿qué ocurre frente a un film como Los viajes de Gulliver? Solventada en su enorme figura, magnificada aún más por el personaje que interpreta, poco puede hacer para levantar esta película plagada de lugares comunes.
La adaptación lleva al torpe encargado de correo de una editorial a la tierra de los pequeños hombres, vista desde su perspectiva. Del otro lado queda la medianía de una vida deslucida, la incapacidad de declarar su amor a una bella e inteligente periodista (interpretada por Amanda Peet), y un futuro no demasiado prometedor. En el nuevo mundo, en cambio, lo esperan aventuras. Hay una elemental intriga en las altas esferas de este reinado, e incluso hay “otro hombre pequeño”, al que instruirá para que se anime a hacer lo que él no hace en su mundo: enfrentar los problemas, sobre todo los amorosos.
La realización de Rob Letterman utiliza el material original con poco vuelo. Orientada al público infantil, Los viajes de Gulliver hace uso y abuso de la comicidad gestual de Black y de escatologías varias. En la senda de la saga de Shrek, los diálogos recurren a otros productos culturales (la serie 24 o las películas taquilleras más recientes) como herramienta paródica. Es decir: frente a un rico material literario elige el camino más sencillo. Es poco probable que la versión 3D (quien escribe estas líneas vio el film en 2D) le aporte encanto al relato. A esta altura, se exige por lo menos inspiración en el tratamiento visual. El poco atractivo diseño de arte y algunos desniveles técnicos (el pobre uso del chroma) poco colaboran en ello.
Sin dudas el histrionismo de Black, paradigma del gordo bonachón y torpe, suerte de nuestro “Catrasca” yanqui, puede ser fuente de una de las mejores tradiciones en materia de comicidad: el slapstick. En este caso, Los viajes de Gulliver es un gran error en su aún pequeña filmografía. Cuestión de tamaño.