Una cuestión de tamaño
Jack Black recrea, en parte, la obra de Swift.
ara que nadie se haga falsas ilusiones: Los viajes de Gulliver es una comedia de aventuras amable, simpática -si es que a uno le resulta simpático Jack Black-, con imágenes digitales impactantes (aunque no nuevas) en 3D. Pero del clásico de Jonathan Swift (publicado en 1726) sólo se utiliza la carcasa o la excusa. El motor, el alma de aquella obra, la feroz e imaginativa sátira sobre la estratificación humana, no fueron trasladados en esencia a la película. En definitiva, el filme se centra en un perdedor enamorado de una mujer que parece fuera de su alcance, convertido -con poca justificación argumental- en héroe accidental. Punto.
La película empieza en tiempos actuales, sin demasiado apego por la verosimilitud, como si todas las expectativas se centraran en las aventuras por venir. Jack Black -que hace una suerte de introducción con su transitado show antiheroico- es un oscuro empleado del correo de un diario, un hombrecito conformista en la base de una pirámide laboral. Inmaduro, ama a una mujer que parece inalcanzable: la editora del área turismo (Amanda Peet), que, engañada por un tosco copy/paste de Lemuel Gulliver (Jack Black), le ofrece hacer un viaje al Triángulo de la Bermudas: solo, para escribir una crónica, sin que él sepa siquiera navegar.
El hombre cruza el mar y, de pronto, es tragado por un remolino que lo escupe en el universo lilliputiense: allí, inesperadamente, su “pequeñez” se transforma en gigantismo: un problema inicial, una ventaja a futuro. Desde entonces, la película, basada sólo en la primera parte de la novela de Swift, apunta al gag y a la acción, por momentos de un modo lavado, acaso en su intento de abarcar a un público demasiado diverso. En resumen, en medio de la guerra entre el reino de Lilliput y los invasores de Blefusia, “La bestia” se transforma en héroe, en mito, con traspolaciones entre el pasado y el presente, chistes (a veces) efectivos y, de paso, alusiones a éxitos de la Fox, como Titanic o Avatar .
Hay secuencias, como la de la batalla entre Gulliver y la armada de Blefusia, muy bien logradas desde lo visual. Otras ingeniosas, como la construcción de una Times Square lilliputiense, en homenaje al nuevo prócer, con todos sus carteles luminosos con gigantografías de Gulliver. Tampoco faltan, típico de las películas con Jack Black, referencias al rock; esta vez a través de un grupo de mini Kiss. Hay, además, algún chiste escatológico. Pero, en realidad, todo es muy correcto, nada memorable.
Y así el hombrecito pasa a gran hombre, aunque su ego enorme tal vez lo devuelva a su condición de hombre a secas. Cuestiones más propias de Swift. Los autores de esta película se conformaron con una fábula término medio.