Caminante no hay camino...
Poético y potente filme del colombiano Ciro Guerra.
Las películas latinoamericanas que recortan en grandes extensiones abiertas a personajes pintorescos y toman fenómenos culturales propios suelen ser muy bien vistas en el universo cinematográfico europeo. Los viajes del viento, que si bien cumple con esa premisa, por lo que fue exhibida en la sección Un certain regard en Cannes del año pasado, va algo más allá. Porque al pintoresquismo que lleva como marcado a fuego, el colombiano Ciro Guerra le supo agregar un grado de autenticidad propio de quien cuenta algo que le es conocido. Bien conocido, y le toca de cerca.
La historia es simple: un acordeonista y juglar, al sufrir la muerte de su mujer, decide dejar de hacer lo mejor hace y lo que hace desde siempre. Emprende, entonces, un largo viaje hacia el norte de Colombia para llevarle su instrumento "a quien le pertenece", a su maestro. Y si es ésta una película del camino, es también de las que se hace camino al andar en todo sentido. Ignacio Carrillo va caminando desde Magdalena hasta la Alta Guajira, y se le suma un joven (Fermín) que quiere ser músico como él y que lo acompañará en este periplo, donde conocerán gente de todo tipo, todo bien matizado con el vallenato clásico.
La figura del juglar, mítica, y la relación maestro-alumno padre-hijo nunca deja de estar en primer plano, dejando de fondo aquéllo del paisaje y la Naturaleza. Ciro Guerra -recordar La sombra del caminante, su gran opera prima en blanco y negro- tiene un sentido plástico a la hora de encuadrar la cámara, y opta por algunos silencios -silencios humanos, ya que el agua, el viento o los pájaros están siempre en la columna sonora- que dicen más que algunas líneas de diálogo.
Dentro de una cinematografía que comienza a despertar, como la colombiana, Los viajes del viento es algo más que un lindo sueño.