Amor, revancha y la Costa Azul
Debe resultar complicado trabajar como actor en el cine industrial de cualquier origen cuando se tiene entre 50 y 60 años. No porque los intérpretes resulten inválidos, sino porque a un sistema de producción como el de Hollywood, e incluso el inglés y el francés, también le resulta incómodo asignar papeles de peso a quienes ya no pueden encarnar adolescentes (tardíos o no) y cuarentones que viven sus últimas aventuras extramatrimoniales.
Debe resultar complicado trabajar como actor en el cine industrial de cualquier origen cuando se tiene entre 50 y 60 años. No porque los intérpretes resulten inválidos, sino porque a un sistema de producción como el de Hollywood, e incluso el inglés y el francés, también le resulta incómodo asignar papeles de peso a quienes ya no pueden encarnar adolescentes (tardíos o no) y cuarentones que viven sus últimas aventuras extramatrimoniales. Más tarde, cuando se pasan los 60, parece que es más fácil ejercer abuelazgos cinematográficos rodeados de nietos.
Este tema se complica cuando se trata de una comedia romántica como Punch de amor, con la pareja que personifican Pierce Brosnan y Emma Thompson, recorriendo la Costa Azul separados y con hijos y reconciliados sólo en parte para recuperar un collar que les fue robado por un empresario que mandó a la bancarrota el dinero acumulado por ambos.
El problema se agranda cuando un director a reglamento (como Joel Hopkins) filma el edén francés cual guía turístico con ojos absortos frente a semejante paisaje.
La historia es simple, por qué no también ordinaria, donde dos ex-estrellas como Brosnan (bien lejos de su seductor rol de El caso Thomas Crown) y Thompson (a años luz de su romántico y sufrido papel en Sensatez y sentimientos) juegan a ser comediantes con desiguales resultados. Pero, como toda comedia que se precie de tal, también se necesita de una pareja soporte, en este caso, a cargo de los ingleses Timothy Spall y Célie Imirie, quienes por momentos entregan una mayor energía que los aburridos intérpretes principales.
Alguna escena a medias feliz cerca del final, especialmente cuando la pareja se disfraza como dos ridículos texanos, otra en que la ex-esposa se presenta a la chica y a las amigas del estafador, y breves situaciones donde Spall e Imrie expresan sutiles opiniones sobre los franceses, representan pequeños logros de una comedia insulsa y casi nula en la originalidad.
Y sí, se nota que pasaron 30 años de Remington Steele y diez menos de Lo que queda del día y Mucho ruido y pocas nueces.