Van Gogh, hipnótico y emotivo
Los enigmas que circularon alrededor de la muerte de Vincent van Gogh son material ideal para una intriga detectivesca. Y eso fue lo que detectaron, y aprovecharon bien, el británico Hugh Welchman y su esposa, la polaca Dorota Kobiela. Construyeron entonces un atrapante y atípico thriller que lanza una hipótesis acerca de las causas del aliento trágico que rodeó los últimos días del genial artista, nombre clave de la pintura moderna. Loving Vincent es un film atrapante porque logra mantener la tensión y la intriga a lo largo de casi todo el relato. Y atípico porque el lenguaje elegido es el de la animación, que no le quita peso ni profundidad a la historia.
Por el contrario, la revitaliza con su formidable belleza plástica, fruto del trabajo arduo e inspirado de 125 profesionales que durante dos años llegaron a crear 65.000 cuadros al óleo para fotografiarlos y luego darles vida apelando a la técnica de stop motion, una solución que quizás escandalice a los puristas, pero que le quita solemnidad a un argumento que a veces se resiente justamente por rendirse a esa tentación casi inevitable. También rodaron escenas con actores de carne y hueso que luego fueron recreadas por un grupo de animadores, a la manera de lo que experimentaron en su momento películas como Despertando a la vida (2001), de Richard Linklater, y Vals con Bashir (2008), de Ari Folman. El resultado es hipnótico y emotivo, dos cualidades que Van Gogh seguramente habría apreciado.