Acostumbrada a los dictámenes de la animación industrial, la cartelera se permite cada tanto un ejemplar artesanal, experimental o autoral en la materia: Anomalisa, Despertando a la vida o Vals con Bashir han sido algunos de ellos. Loving Vincent de Dorota Kobiela y Hugh Welchman entra en ese esquema insular, pero lo hace más como curiosidad que como anomalía. El presente homenaje a Vincent Van Gogh a partir de su propia obra se justifica cuanto menos en proeza y dedicación detallista: más de 100 artistas pintaron más de 62 mil óleos basados en más de un centenar de cuadros paradigmáticos del genio holandés para dar a luz al filme, que a su vez recurre a la reconocible técnica de la rotoscopia con actores reales para desplegar su acción (como en las ya nombradas Despertando a la vida y Vals con Bashir).
El resultado –colorido, fresco, movedizo, cuidadoso, siempre con los motivos, trazos y paletas de Van Gogh como referencia– es delicioso mientras dura la novedad, pero una película no sobrevive en base a una atracción óptica: Loving Vincent (título ambivalente que apunta a la despedida afectiva que el pintor ensayaba en sus cartas como a la devoción hacia él profesada) recurre al policial para dar vida y continuidad a su múltiple tableau vivant: Armand Roulin (Douglas Booth), personaje extraido de un óleo histórico, es un joven que a un año de la muerte de Van Gogh recorre los lugares en Francia que habitó el artista en pos de desentrañar el misterio del deceso, ambiguamente determinado por el fracaso, la enfermedad mental y el suicidio.
Con ánimo de pesquisa documental desfilan por la narración médicos, posaderos, taberneros, campesinos, marchantes y hasta alguna posible amante retratados por Van Gogh en escenarios asimismo inmortalizados por el plástico, desde su recóndita habitación a los campos extáticos con cuervos, estrellas y girasoles. La convivencia entre la ficción implantada y la fiel recreación formal se vuelve por momentos tensa, y es que tanto respeto por el corpus original no puede sino demostrar que el animismo es imposible. Dentro de sus marcos, Loving Vincent es entrañable, audaz y contundente.