Dos cráneos que hubieran hecho temblar a Tu Sam
¿Qué tienen en común Robert De Niro, Sigourney Weaver, Leonardo Sbaraglia y Uri Geller? Luces rojas, el nuevo largometraje del gallego Rodrigo Cortés, realizador de la exitosa Enterrado, tiene la respuesta a esa pregunta. Claro que Uri Geller no aparece en el film; ni siquiera es nombrado al pasar. Pero sus proezas con cucharas y otros utensilios fácilmente doblegables andan sobrevolando por encima del guión como un espíritu juguetón. Mucho más expansiva que su claustrofóbico film anterior, Luces rojas presenta a una dupla de investigadores psíquicos que encarna algo así como la antítesis de los Cazafantasmas. Margaret y su joven asistente Tom (la Weaver y Cillian Murphy, quien se revela como el verdadero protagonista) se dedican a la sistemática refutación de fenómenos paranormales y actividades parapsicológicas varias, el terror de médiums y mentalistas, particularmente de aquellos que hacen de esos supuestos poderes una actividad lucrativa. Precisamente Sbaraglia, que interpreta en un par de escenas a un no tan típico chanta argentino (se hace pasar por un tano con poderes mentales, tomar nota), sufre en carne propia el hostigamiento del escéptico dúo.
El hecho de que la universidad provea a su departamento con fondos cada vez más exiguos, prefiriendo en cambio la más vendedora y cool dependencia pro-parapsicológica, no les ayuda precisamente a promover sus actividades científicas. Y las cosas no mejoran cuando Simon Silver, Némesis de Margaret y una súper estrella del mentalismo que estuvo alejado de las candilejas por varias décadas, sale de su ostracismo para dar una serie de presentaciones y demostrarle al mundo, de una vez por todas, la supuesta autenticidad de sus poderes. Silver es, por supuesto, De Niro, en una de esas performances “de taquito” –o de manual– que actores de su talla pueden darse el lujo de dar de tanto en tanto. A propósito, no hay nada de malo en el reparto. El problema es qué hacer con él. Si Luces rojas arranca como un film menor pero con cierto atractivo por su particular enfoque sobre un tema transitado, el pronunciado derrape posterior hace más evidente la falta de gracia de todo el asunto.
Circunspecta, por momentos solemne, la historia escrita por el propio Cortés abunda en vueltas de tuerca, sorpresas, traumas del pasado, el uso sistemático de lugares comunes narrativos y un giro alla Shyamalan (otro más, y van...) que resignifica por el absurdo toda la película. La segunda mitad del film, que se estira hasta casi las dos horas, parece por momentos un capítulo de Scooby-Doo al que se le hubiera quitado hasta la última gota de ironía, con su bandita de estudiantes tratando de descular los trucos de Silver mientras el tiempo apremia y el héroe se enfrasca en una pelea a las trompadas que parece trasplantada de otra película. Ejemplar representativo de cierta clase de coproducción contemporánea (es una película española con algo de dinero americano, rodada en España y Canadá, con actores mayoritariamente de habla inglesa), si Luces rojas puede destacarse por alguna razón es precisamente por su cualidad de pastiche desangelado, su rotunda medianía.