Cansados hasta el hartazgo de repetir que el español Rodrigo Cortés reventó la escena en 2010 con la asfixiante y perfecta Buried, este sabía que se estaba construyendo una reputación muy grande y que la decepción estaba a la vuelta de la esquina, sea cual fuese el proyecto que abordase a continuación. Pues bien, Luces Rojas constituye un buen ejercicio fílmico que gira en torno a la fe, entre el escepticismo y lo paranormal. ¿Existe o no algo que trasciende a la mente humana? ¿Es que en verdad estamos solos y todo es obra del Destino? Su película plantea buenos interrogantes impulsados por un elenco de primera pero que en resumidas cuentas hace agua cuando elige mostrar las cartas en sus momentos finales.
El guión, cortesía de Cortés, establece enseguida la relación entre la curtida doctora Matheson y el joven físico Tom Buckley, ambos en busca de una verdadera prueba tangible de que lo paranormal existe. Hasta ahora, poca suerte han tenido y ambos están a punto de bajar los brazos. Ella es una total escéptica, pero mantiene una luz al final del túnel en espera de que algo pueda salvar a su comatoso hijo; él todavía no se da por vencido, porque sabe que algo más puede existir. Cuando el misterioso Simon Silver regrese a los escenarios luego de una desaparición de tres décadas -hecho obscurecido por la muerte de su detractor número uno en su último show- hace que la curiosidad de Buckley despegue, aún a pesar de la férrea reticencia que le opone su mentora. Con éste hombre no se juega, le advierte. Gran parte del film se desarrolla mientras el dúo escéptico acaba uno a uno con todos los susodichos fenómenos paranormales y genera el ambiente que tendrá toda la película.
Sigourney Weaver está especialmente motivada como siempre, y uno de sus discursos es tan emotivo que por poco y te saca lágrimas al transmitir una vulnerabilidad que contrasta muchísimo con el personaje que conocimos al comienzo del film. Su relación con el Dr. Buckley de Cillian Murphy es tierna, hay mucho respeto entre sí y una química innegable. Para cuando entra en escena el psíquico ciego de Robert De Niro, todo se va cuesta abajo. Cortés decide utilizar a un genial, como de costumbre, De Niro para generar miedo en la audiencia, como si el personaje fuese una figura omnipresente y ofrece varios sustos de manual que no encajan del todo con la propuesta en clave thriller que durante la previa media hora venía gestándose. Más aún, hay personajes secundarios que son vagamente esquemáticos, como la pseudonovia de Tom en la piel de una desperdiciada Elizabeth Olsen o la inquietante (sólo en apariencia) asistente de Silver, jugada por Joely Richardson. Hay una mención especial, eso si, para Leonardo Sbaraglia, en una interesante e hilarante escena donde interpreta a un hábil mentalista que resulta ser un farsante absoluto.
El trío Weaver, Murphy y De Niro la descose en pantalla pero el guión de Cortés se va desinflando y la emoción de saber si realmente podemos, por una vez, creer o reventar va decreciendo en pos de un acto final carente de imaginación y golpe de efecto, además de un cierre revelatorio que resignifica la película y la sube por un punto o la baja en el mismo rango, todo depende del ojo que la mire.
Luces Rojas demuestra que Rodrigo Cortés es un director a seguir de cerca, pero también que debe cuidarse en los excesos que se marca en su propio guión, en este caso. Ni de lejos una mala película, sino que carente de la emoción que poseía Buried. Mejor suerte para la próxima, sabemos que podés Rodrigo.