Escepticismo a medias
En un capítulo de las últimas temporadas de Los Simpsons, Homero asegura que el lema de la familia es: “abandona mientras vas ganando”. Inmediatamente Marge se encarga de contarnos que una vez fueron a ver Carrie y salieron del cine cuando la protagonista es coronada reina del baile ya que se veía tan feliz. El chiste está bueno e ilustra lo que muchos cientificistas escépticos hubieran tenido que hacer de haber sabido de antemano el final de Luces rojas.
La película de Rodrigo Cortés (Enterrado) cuenta cómo dos científicos universitarios, la doctora Matheson (Sigourney Weaver) y el físico Thomas Buckley (Cillian Murphy), se dedican a desenmascarar falsos videntes, curanderos, psíquicos y médiums. Y además relata cómo el más famoso y hábil de estos falsos profetas, Simon Silver (Robert De Niro), vuelve a la actividad luego de 30 años de reclusión, y la obvia relación entre estas dos historias.
Para ser justos, Luces rojas, hasta minutos antes del final, es un thriller muy bien construido, que dosifica bien la información y construye sólidos personajes. Todos los actores son de talento y están en perfecto registro de acuerdo a lo que la historia les reclama, incluso De Niro está soportable. Asimismo, la actuación de Sbaraglia (este es un momento Catalina Dlugi) está muy bien.
Como ya habrá descifrado el lector, el principal problemas de Luces rojas se encuentra en el final y por dos razones claras que describiremos a continuación intentando no develar ningún detalle de la trama. La primera razón es que Rodrigo Cortés aquí juega a ser M. Night Shyamalan, no sólo porque el final es sorpresa o revelador de una supuesta verdad oculta durante todo el film, sino también por el tema que está tratando: en este caso, lo sobrenatural contra lo natural, creyentes y no creyentes, etcétera. Son tópicos que disfrutaba contar con su habilidad y sensibilidad el director de Sexto sentido en sus años felices, antes de El fin de los tiempos. El problema de Cortés es que no incluye la posibilidad de lo sobrenatural en la realidad lógica del film. Nosotros los espectadores estamos del lado de los escépticos aunque no lo seamos, porque en esa característica policial reduccionista de Luces rojas, los malos son los psíquicos y los buenos los científicos, nunca se cuestiona esta relación. Por lo tanto, el desenlace final es en contra de la lógica de la historia.
La otra razón, que se desprende de la anterior, es el problema de la postura que toma la película. Antes de la vuelta de tuerca infantil a la que nos somete Cortés, Luces rojas es un film que tranquilamente hubieran visto muy contentos y tomados de la mano Carl Sagan, Richard Dawkins y el querido Christopher Hitchens (que en paz descanse). Hombres de saber, que a grandes rasgos nos han dicho que no hay razón para meter a Dios (o cualquier otra explicación imbécil) en cualquier hueco de ignorancia abierto en el saber científico y filosófico. Es que mientras la película sostiene una lógica, también sostiene una opinión, y en este caso una opinión fuerte sin concesiones, hasta esos tres minutos de montaje guarango finales. El señor Shyamalan (en otras épocas) hubiera sido mucho más habilidoso, hubiera dejado que la posibilidad de lo sobrenatural nos invadiera y, en esos tres minutos finales, nos hubiera bombardeado con su inverosímil verdad. Pero estas son cuestiones de narración. Lo que aquí se devela es la imposibilidad que tenemos de aceptar la absoluta carencia de magia que hay en nuestro mundo.