Una bruja británica
Tal como le prometieron sus padres, a Saraya le alcanzó con subirse por primera vez al ring a los trece años y luchar con su hermano Zack frente al público para deshacerse de todo el rechazo que le tenía hasta entonces, aunque por haberse criado en una familia de luchadores ya conocía el negocio familiar como nadie.
Los siguientes años participó en combates de la liga local con su familia y entrenando a jóvenes luchadores en un gimnasio de Norwich, siempre con el sueño de migrar a los Estados Unidos para entrar a la liga donde realmente podría conseguir fama y fortuna.
La chance llegó finalmente cuando tenía apenas 18 años, cuando con su hermano fueron invitados a participar de una prueba donde fue elegida para continuar con su entrenamiento en Florida antes de decidir si era apta para llegar al nivel más alto. Ese día comenzó su mayor desafío: alejarse de la familia que siempre la protegió para luchar por un sueño compartido por todos ellos y que puede ser bastante más difícil de lo que parecía a la distancia.
Bring Your Daughter To The Slaughter
Usando una narración ágil, emotiva y con mucho humor, Luchando con mi Familia logra sortear uno de los mayores problemas que suelen tener las películas basadas en historias reales o biopics: no hace falta conocer al personaje ni tener interés por la lucha libre para que resulte atractiva. Es más, son justamente las pocas escenas donde participa el famoso ex luchador y productor de la película Dwayne Johnson las que se sienten menos naturales, dejando claro que fueron planeadas para atraer a un público más amplio.
Tanto la vida de la protagonista como la película se divide en dos partes diferenciadas por lo que ocurre en Inglaterra y lo que ocurre en Estados Unidos, especialmente el salto de ser parte de una familia que la quiere y respeta a entrar en una cultura diferente, donde mucho de lo que ella representa no tiene el mismo valor y tiene que adaptarse a otra realidad donde ya no es la estrella que cree ser.
Siguiendo esa misma diferencia, toda la historia inglesa está narrada con un nivel de humor muy ácido que permite tocar temas como el sexo o discapacidades sin que parezca que se están burlando, algo que desaparece completamente apenas cruza el océano, donde todo es más simple, soleado, con gente linda y ansias de fama por doquier, incluyendo varias escenas calcadas de cualquier película que intente ser motivacional.
No es que la historia presentada en Luchando con mi Familia sea muy original: son sus personajes los que le dan el suficiente carisma como para emocionar y divertir. Especialmente el matrimonio recreado por Lena Headey y Nick Frost, quienes pueden expresar un profundo amor familiar al mismo tiempo que bordean el abuso y la explotación de sus hijos, todo con una pátina marginal que los hace entrañables hasta cuando cruzan líneas que no deberían.
Mucho de este atractivo donde hasta los secundarios del barrio tienen algún rasgo de carácter, se desdibuja cuando la historia migra a Estados Unidos, donde los personajes son intercambiables sin afectar al desarrollo de la historia y todo se vuelve bastante más previsible, con el clásico discurso aspiracional y de superación personal flotando en el aire. Pero aunque decae el ritmo general de la película, nunca llega a perjudicar todo lo bueno que venía haciendo antes.