WE ARE THE CHAMPIONS
Luchando con mi familia es la historia de dos hermanos que persiguen un sueño y la distancia o cercanía que toma ese vínculo a medida que cada uno logra -o no- sus objetivos. Pero también es la historia de una familia marginal y súper freak, y su camino zigzagueante hacia el éxito. También la historia de un grupo de personajes que se dedican a una actividad para nada común, una forma de entretenimiento tan amable como menospreciada: el catch. También la historia de una chica que se siente un bicho raro, que duda sobre seguir el camino de la familia o separarse y convertirse en otra persona. También la historia de una chica que debe convertirse en mujer y de un grupo de mujeres que tienen que eludir los prejuicios, incluso los propios. Obviamente es también una historia de superación personal enmarcada en los límites del film deportivo y estirando todo lo que puede el verosímil de la “historia basada en hechos reales”. La película de Stephen Merchant es todo esto, y seguramente muchas cosas más, pero es sobre todo, y antes que nada, un milagro cinematográfico que se va construyendo ante nuestros ojos, con mucha gracia, con momentos de comedia notables y fundamentalmente con esa emoción noble que surge escasamente en el cine contemporáneo.
La primera escena de la película nos prepara para lo que viene. Allí unos pequeños Zak y Saraya se pelean en el living familiar y Zak intenta ahorcar a su hermana. Inmediatamente ingresa Ricky, el padre, al grito de “¿qué estás haciendo?”, para explicarle que si quiere ahorcar a su hermana lo que tiene que hacer es tomarla de otro modo entre los brazos. Claro que hace su ingreso la madre y le enseña a Saraya cómo escaparse de esa situación. La escena es cómica y sumamente efectiva, pero también incómoda por la manera en que los personajes naturalizan la violencia. Así se presentan los Knight, esta típica familia de clase obrera británica que, cual troupe circense, organiza combates de catch a la vez que entrenan a los pibes del barrio para que se dediquen esta actividad en vez de andar a la buena de los peligros callejeros. Con enorme sabiduría, en apenas unos minutos, Merchant (director, guionista y actor en un pequeño rol de reparto) no sólo sintetiza a sus personajes y la lógica del mundo que habitan, sino que logra que los Knight (y su película) nos metan en sus bolsillos y no nos larguen más.
La estructura central de Luchando con mi familia es la del film deportivo: Saraya se probará ante los buscadores de talento de la World Wrestling Entertainment (WWE, la principal entidad regente del catch en los Estados Unidos) y tendrá la oportunidad de ingresar en las grandes ligas. Es a partir de ese hecho, donde se cruzarán todas las líneas argumentales de la película, con una claridad y poder de síntesis apabullante: Luchando con mi familia nunca deja de ser graciosa, aunque caiga por momentos en el drama, mientras sigue el entrenamiento de Saraya y las dificultades que se le presentan en el camino, como así también los entretelones familiares y algunas oscuridades que permanecían ocultas por el bien del negocio grupal. Y a la par de sus grandes personajes principales se van construyendo otros de reparto sumamente queribles, incluyendo la participación de Dwayne Johnson haciendo de sí mismo.
Merchant cuenta, sin ningún tipo de conflicto, la historia de un grupo de británicos que miran con fascinación ese gran entretenimiento norteamericano que es la lucha libre (así como él habrá visto en algún momento la notable versión yanqui de la serie The Office, que él creó en Inglaterra junto a Ricky Gervais). Y lo hace apelando, desde el relato, a las mejores tradiciones del cine británico y el estadounidense. Del primero saca esa aspereza socarrona, un poco cínica, y esa capacidad para reírse de cosas verdaderamente incómodas. De los segundos saca cierto espíritu noble, cierta amabilidad que aminora el cinismo british. En la fusión no hay pérdida, más bien todo lo contrario: una retroalimentación saludable, que energiza y hace más áspero el típico relato de éxito deportivo hollywoodense, pero a la vez vuelve más amable, y le quita la sordidez innecesaria, a la comedia urbana inglesa. Esa misma retroalimentación que hay en personajes que deben aceptarse para poder aceptar al otro y en un elenco súper lúcido, con una Florence Pugh despampanante y un Vince Vaughn en estado de gracia, como en Hasta el último hombre, aquella locura de Mel Gibson. Luchando con mi familia es una película feliz y luminosa, de esas que se edifican con materiales convencionales pero lo hacen de una manera tan notable que parecen contar su historia por primera vez. Merchant entendió todo y estamos absolutamente agradecidos por ello.