Lucy en China con falopa
Algo está por cambiar para Lucy (Scarlet Johansson), este no es un día como cualquier otro y el hecho de andar con cualquier gamberro que se le cruzara alguna vez iba tener consecuencias. Pues, hoy es el día. Con un maletín esposado a su muñeca, Lucy ve en pocos minutos todo el horror que no vió antes en su vida. Aterrada, acaba convirtiéndose en mula para traficar una poderosa y nueva droga al servicio de un mafioso chino.
Pero el gran cambio en la vida de Lucy no era el convertirse en traficante, el cambio llega cuando la droga que carga en su cuerpo se libera y la convierte en un fenómeno difícil de clasificar.
Luc Besson parte de una premisa muy difundida pero poco analizada, la que asegura que los humanos solo usamos el diez por ciento de nuestro cerebro. Lo que nunca se dice es el diez por ciento de cuánto. Se especula con un poder mental del que se ignora su tamaño, pero se asegura que de ese total desconocido solo aprovechamos como mucho el porcentaje citado. Ok, sigamos el juego. A la buena de Lucy ese porcentaje le va creciendo y así gana poderes sobrenaturales; domina objetos, personas, se convierte en una máquina asesina y al mismo tiempo en una especie única capaz de sintetizar todo lo desconocido en materia de evolución.
El filme comienza con todo el buen pulso que Besson tiene para la acción y encuentra en Johansson a alguien muy apropiada para su colección de protagonistas femeninas. Dentro de su propia lógica la trama se presenta interesante, pero no tarda en conspirar contra sí misma al meterse en vericuetos existenciales que atentan contra el relato, volviéndolo denso por momentos, ridículo en otros, pretencioso al final.
Eric Serra, como de costumbre, acompaña con una buena banda de sonido las trepidantes escenas de acción que son de lo mejor que tiene para ofrecer la atractiva Lucy.